No quisiera parecer pesimista, pero si consideramos que, en estos momentos, tenemos a los haitianos más arriba del moño como consecuencia de la incontrolada inmigración a través de la porosa frontera que compartimos con nuestros vecinos, y a eso le sumamos las declaraciones de la nominada embajadora de los Estados Unidos en la República Dominicana, Robin Bernstein, al Comité de Relaciones Exteriores del Senado, al que informó que entre los principales objetivos de su misión diplomática está proteger a los haitianos apátridas de los efectos de la sentencia 168-2013 trabajando para que se les devuelva su nacionalidad, puede afirmarse que su llegada al país solo nos traerá problemas, y ojalá no nos haga extrañar al bravucón que nos amenazaba con quitarnos la visa por cualquier quítame esta paja. Por lo pronto, sus declaraciones ya provocaron que sin haber puesto todavía un pie en nuestro territorio tuviera que saltar al escenario el canciller dominicano, Miguel Vargas, a ponerla en su puesto, advirtiéndole que somos un país libre que no acepta injerencias, lo que fue seguido de una enérgica declaración del Instituto Duartiano señalando que con esas declaraciones le está faltando el respeto a la soberanía de la República Dominicana. Y no se detendrán ahí, conociéndonos como nos conocemos, las expresiones públicas de rechazo a su “descarado injerencismo”, con lo que se están creando las condiciones para que no se le dé, más allá del recibimiento protocolar y obligatorio, la mejor de las bienvenidas. Desde luego, eso no es obstáculo para una digna representante del Imperio, sobre todo si llega con una maleta cargada de prejuicios, y dispuesta a meter su mano, sin ningún tacto ni consideración, en nuestra herida más sensible.