El extranjero que en estos días visite el país y que, por curiosidad o aburrimiento, detenga su atención sobre lo que publican los periódicos, podría llegar a pensar que en el ruidoso debate de las primarias abiertas o cerradas y la Ley de Partidos nos jugamos el destino y la supervivencia de la democracia dominicana. Pero si su curiosidad o su aburrimiento empeoran, dándole oportunidad de poner más atención a lo que lee, podría tropezar con algunas peculiaridades de nuestra democracia que despertarían su asombro, pues aunque sea cierto que donde quiera se cuecen habas (aquí preferimos las habichuelas rojas) el sazón con el que las condimentamos nos hacen distintos, y probablemente únicos, en el desafinado concierto de naciones democráticas. Aún así le resultará difícil entender porqué un sector de un partido político se cree con derecho a imponer (y probablemente imponga) las reglas del juego, un “traje a la medida”, como describió el excandidato presidencial del PRM Luis Abinader el proyecto de Ley de Partidos aprobado en el Senado contra la opinión de la JCE y la mayoría de los sectores políticos, sociales y económicos del país. Tampoco entendería el hecho de que no obstante resultar evidente que el propósito de ese “traje a la medida” es perjudicar a la oposición y, de paso, mantener en el poder al PLD, uno de sus líderes se dé el lujo de expresar su desacuerdo con la posición de su partido sobre el tema, y que sus correligionarios, para evitar males peores, lo consideren un chiste de mal gusto. Por supuesto, sean primarias abiertas o cerradas la modalidad que se imponga en la Ley de Partidos, la democracia no sucumbirá. Pero el extranjero que por curiosidad haya perdido su tiempo poniéndole atención a nuestras ruidosas garatas descubrirá, con una mezcla de sorpresa y estupor, que Macondo es una república bachatera de 44,442 kilómetros cuadrados y muchísimo calor.