El presidente de la Cámara de Cuentas, Hugo Álvarez Pérez, informó ayer que no van a estar a tiempo las auditorías forenses a las obras construidas por Odebrecht que le solicitó la Procuraduría General, lo que simplemente significa que el expediente acusatorio estará –en buen dominicano– calimocho. El funcionario rectificó así sus propias declaraciones, ofrecidas el pasado 23 de mayo, en las que aseguró que esas investigaciones estarían listas antes de la fecha indicada, tras señalar que algunas de las obras ya habían sido auditadas en su totalidad en tanto en otras los trabajos estaban avanzados hasta en un 75%. ¿Qué pasó en esos siete días que el funcionario se vio obligado a recular? Eso, obviamente, es imposible saberlo si uno no trabaja en el DNI, pero dado el zizagueante comportamiento de la Cámara de Cuentas ante la solicitud de la Procuraduría tiene uno derecho a pensar cualquier cosa, como por ejemplo que su presidente actúa y habla por mandato de un ventrílocuo con el que, al parecer, todavía tiene problemas para comunicarse con fluidez, para que le instruya qué decir y cuándo decirlo. Desde el principio fue evidente que el doctor Hugo Álvarez Pérez no quería quemarse las manos con esa papa caliente, que finalmente aceptó a regañadientes, pero no sin antes poner mil y una excusas que tuvo que deponer, pues seguir resistiéndose a cumplir con esa responsabilidad terminaría resultando sospechoso. Pero después de anunciarse que la Procuraduría ya tiene lista la acusación, que depositará en el plazo previsto, no es necesario que el presidente de la Cámara de Cuentas siga jugando a escurrir el bulto. Sin incluir las sobrevaluaciones que aquí y en otros países hicieron posible que la constructora brasileña repartiera sobornos a diestra y siniestra por todo el continente esas acusaciones perderán mucho peso, que ojalá no sea tanto que terminen, junto a las buenas intenciones del Procurador, llevándoselas el viento.