Desde que se le presentó la primera oportunidad, el ministro de Relaciones Exteriores, Miguel Vargas Maldonado,  se quitó el muerto de encima   aclarando que la llegada al país, en calidad de residente, del   exconvicto por narcotráfico Augusto –Willie- Falcón se produjo por medio a una negociación entre el gobierno estadounidense y la Dirección Nacional de Investigaciones (DNI) en la que nada tuvo que ver.  Pero cuando se pone atención a esa explicación queda claro que Sigfrido Pared Pérez solo fue un “mediante”,  y que   una decisión  de esa envergadura  solo  pudo haberla tomado el Presidente de la República. Dado el revuelo que ha provocado la noticia de la llegada del capo cubano, responsable de introducir a territorio norteamericano 75 toneladas de  cocaína, es bueno que esto se sepa desde el  principio,  para que se sepa también a quién corresponde ofrecer las explicaciones que se están reclamando. Explicaciones que deben empezar por responder la pregunta que mucha gente se está haciendo: ¿Por qué tenemos que aceptar aquí a un ciudadano que por su historial delictivo, que incluye el intento de asesinar a Fidel Castro en colaboración con la CIA, Estados Unidos no lo quiere “por razones de seguridad”? Pregunta que, inevitablemente, lleva a la otra. ¿Por qué el Gobierno  decidió que la seguridad de los estadounidenses es más importante que la de sus propios ciudadanos? Ante la falta de una explicación oficial, como es lógico, abundan las versiones y las interpretaciones de una decisión que, en mis tiempos de la UASD, hubiéramos calificado de “genuflexo servilismo ante el Imperio del Norte”- Lo que nos recuerda que algunas cosas, desde entonces hasta hoy, han cambiado muy poco en nuestras relaciones con “los americanos”, como acaba de demostrarnos el presidente Danilo Medina al autorizar que nos conviertan en cloaca o desaguadero de indeseables y criminales peligrosos. ¿Quién será el próximo?