El Director de la Policía Nacional, comprensiblemente preocupado por el comportamiento exhibido últimamente por miembros de la institución, oficiales superiores incluidos, se reunió con la plana mayor y los directores regionales y departamentales para instruirles sobre la forma en que deben manejarse frente a la comunidad. En ese encuentro, según lo que cuentan las crónicas periodísticas, el mayor general Ney Aldrin Bautista enfatizó a sus subalternos en la necesidad de aprender a manejar sus emociones, haciendo hincapié en el manejo de la inteligencia emocional aplicada a la práctica policial. Nadie en este país discute, mucho menos después de ver el video en el que un coronel apodado Palavé intenta organizar el tránsito con un fusil en la mano e insultando con palabrotas a los conductores, la necesidad de que se produzca un cambio en el comportamiento y el accionar de los miembros de la Policía frente a la comunidad a la que sirven y que paga sus salarios. Es evidente, sin embargo, que para que ese cambio se produzca no es suficiente un curso intensivo de inteligencia emocional o de control de la ira, como tampoco lo fue una Reforma Policial que se quedó en los enunciados. Porque cambiar la mentalidad de un policía formado en la represión y maleado por las corruptelas enquistadas en su estructura orgánica no pasará de un día para otro, independientemente de las buenas intenciones de su Director General y los indiscutibles avances que ha experimentado la institución en los últimos años, sobre todo en lo que se refiere a la profesionalización de su oficialidad. Pero en lo que llega ese cambio tan necesario como urgente se debe sancionar, de manera drástica y ejemplar, a los malos policías, a los que deshonran el uniforme con su comportamiento, pues son esos los principales responsables de que la institución inspire tan poca confianza en la ciudadanía.