El Ministro de Interior y Policía, José Ramón –Monchy– Fadul, descubrió las insuperables ventajas del hilo en bollito: acaba de darse cuenta de que en el país se está produciendo una actitud muy agresiva hacia los haitianos, lo que definió como una aberración. Parece que el señor Ministro estaba de vacaciones, o en un retiro espiritual en la otra cara de la luna, cuando las amenazas de grupos nacionalistas radicales obligaron a suspender la marcha con la que un grupo de haitianos residentes en el país pretendía celebrar el Día Internacional del Inmigrante, pues ese Ministerio guardó absoluto silencio cuando se debatió públicamente sobre su derecho o no a celebrar esa actividad en el parque Mirador Sur, como tampoco dijo esta boca es mía cuando esos grupos amenazaron con fusilar a la escritora Ángela Hernández porque les recriminó su discurso de odio hacia los inmigrantes haitianos. Que, por cierto, son los mismos que ayer defendió con tanto ardor el Ministro de Interior y Policía, quien sostiene, con razón, que el hecho de que Haití sea una nación que no exhibe las mismas condiciones que República Dominicana no significa que los ciudadanos de ese país son diferentes a los dominicanos, pues aunque somos distintos en cultura, en nuestra nacionalidad y en nuestro idioma, son seres humanos iguales a nosotros y merecen un buen trato. Los hechos indican, sin embargo, que esas consideraciones solo aplican para los que ocupan Valle Nuevo, hacia donde no ha enfilado todavía sus cañones nuestro recalcitrante nacionalismo, al que las autoridades rehuyen enfrentar como el diablo evita la cruz. Por eso me atrevo a decir aquí, para que luego no se diga que nadie dio la voz de alarma, que el miedo del Gobierno a plantarle cara a esos grupos nos va a pesar, como ya les pesó a los países donde la tolerancia o, peor todavía, la indiferencia casi cómplice de ciudadanos y autoridades hacia esos desbordamientos racistas y xenófobos terminó destruyendo sus democracias.