Como ciudadano me declaro indignado luego de ver los videos, que hace rato le están dando la vuelta al mundo gracias a las redes sociales, que muestran la forma en que trató la Policía Nacional a los Peregrinos de El Seibo que el pasado domingo realizaban una marcha pacífica hacia el Palacio Nacional, a donde se les impidió llegar con bombas lacrimógenas, empujones y macanazos, en una acción brutal y desproporcionada. Pero si en los ciudadanos que hemos tenido la oportunidad de ver ese bochornoso espectáculo se justifica la indignación que solivianta los ánimos, en el gobierno deberían sentir vergüenza, y me imagino que el ministro José Ramón Peralta, cuyas lágrimas de cocodrilo llegaron a convencer a Los Peregrinos de que su calvario podría estar llegando a su fin, no sabe ahora donde meter la cara. ¿Por qué no se les permitió llegar hasta el Palacio Nacional? ¿Se tenía información de que tratarían de tumbar al gobierno? ¿Qué se pretendía demostrar con esa exhibición de brutalidad policial? ¿Qué necesidad había de cometer esa salvajada que deja tan mal parada la imagen del gobierno? Con el caso de los Peregrinos de El Seibo, que se trasladaron a pie hasta la Capital para reclamar que les devuelvan las tierras de las que fueron sacados literalmente a patadas, el gobierno se ha mostrado sorprendentemente insensible, como ya escribí en otra columna, pues no se parece al mismo gobierno de las Visitas Sorpresa y el Presidente cercano a los humildes y desposeídos que las promueve casi con fervor religioso. Por eso me siento obligado a preguntar: ¿cuál es la verdadera cara del gobierno? ¿La del sonriente Ministro Administrativo de la Presidencia y su promesa de que se buscará una solución? ¿O la de los agentes policiales que se ensañaron con un grupo de monjitas y campesinos que no representaban peligro alguno para la paz pública o la seguridad nacional? Que cada quien saque sus propias conclusiones.