Miedo, represión y dictadura.- Si la calidad de la democracia dominicana fuera a medirse por la capacidad de los ciudadanos y ciudadanas de ejercer el derecho a la protesta (que se entiende ordenada y pacífica) habría que concederle, obligatoriamente, una muy baja calificación.
Salvo los choferes y los transportistas, que parecen estar al margen o por encima de las leyes que gobiernan al resto de sus conciudadanos, aquí nadie tiene derecho a exigir públicamente nada al gobierno y mucho menos a expresar su desacuerdo con las políticas públicas o determinadas actuaciones de las autoridades, y si acaso lo intenta la respuesta que recibe es la represión brutal y desproporcionada, de lo que pueden dar sobrado testimonio Waldo Ariel Suero y los médicos y enfermeras que lo acompañaron en su larga y trabajosa lucha por un aumento salarial que, dicho sea de paso, no acaba de llegar. Así volvió a ocurrir con los jóvenes que integran el autodenominado Comité Contra el Abuso Policial, que el pasado viernes intentaron marchar desde el Teatro Nacional hasta el Palacio de la Policía en solidaridad con las víctimas de los abusos policiales, para finalmente resultar víctimas, precisamente, de esos abusos.
¿Qué amenaza representaban para la sagrada paz pública o la llevada y traída gobernabilidad ese grupo de muchachos y muchachas (me cuentan que no pasaban del centenar) de clase media, bien educados y perfectamente conscientes de que solo podían aspirar a un llamado de atención sobre una situación que vivimos a diario y que ha llevado mucho luto y dolor a tantas familias dominicanas? Solo una dictadura se muestra tan intolerante y temerosa de esa clase de protestas, mucho mas si la protagonizan los jóvenes, debido a su alto poder de contagio. ¿Hacia allá es que vamos?