Armas al pecho.- El hallazgo de un copioso arsenal de armas de fuego de alto calibre (entre ellas ocho fusiles, cuatro AK47, dos pistolas ametralladoras, un rifle calibre 22 con mira telescópica y miles de cápsulas) en un compartimento doble de una camioneta incautada a un narcotraficante nos recuerda que drogas y armas siempre van de la mano, aunque no siempre las autoridades se preocupan por deterninar la procedencia de esas armas, cómo llegan al país, gracias al descuido o la complicidad de quién, a pesar de que esas mismas armas son utilizadas para proteger los frecuentes bombardeos de drogas sobre territorio nacional o para repeler a tiro limpio las incursiones de los agentes antinarcóticos –como ocurre a cada rato– a las guaridas de los narcotraficantes.
El reciente secuestro del hijo de un casacambista de Nagua fue perpetrado, según versiones de testigos, por varios hombres disfrazados de agentes de la DNCD fuertemente armados, y con frecuencia somos testigos de la comisión de delitos comunes –robos, asaltos y atracos– en los que se utilizan armas de gran sofisticación, como las famosas Uzi de fabricación israelí. ¿Se está poniendo atención, dentro de las políticas de combate al narcotráfico, la delincuencia y la criminalidad en sentido general, al problema que representan esas armas y las vías que utiliza el crimen organizado para introducirlas de contrabando? No solo se trata de que en este país, como sabe cualquiera, las armas de fuego están –literalmente– al pecho gracias a la permisividad de las autoridades responsables de su control, sino del hecho aterrador de que narcotraficantes y delincuentes estén mucho mejor pertrechados que aquellos llamados a combatirlos. ¿No es más difícil derrotar al enemigo mientras mejor armado esté?