Malecón de la discordia.- Dicen por ahí que quien anda con cojos tarde o temprano cojea, y tal parece que Roberto Salcedo, de tanto juntarse con peledeístas, ha terminado contagiándose de su hipersensibilidad a las críticas. ¿Por qué perder la compostura con el reclamo de los hoteleros de que se devuelva su antiguo esplendor al Malecón de Santo Domingo, siendo como es el principal atractivo turístico de la ciudad? Tal vez no sea el momento, por tratarse de un ejercicio tan inútil como improductivo, de ponerse a sacar cuentas o a repartir culpas por el deterioro y la arrabalización que exhibe el Malecón, convertido en vertedero y zona de tolerancia para delincuentes y prostitutas, aunque oportuno es recordar que en los últimos ocho años poco es lo que la actual alcaldía ha hecho por su rescate. ¿Por qué no pedirle cuentas a Roberto Salcedo, siendo como es la autoridad llamada a resolver ese problema? No solo los hoteleros se han sorprendido con la destemplada reacción del alcalde, quien parece no tener a mano excusas válidas para justificar tanta indolencia.
Con la cuchara grande.- Desde que asumió la posición, el alcalde de Santiago ha dejado bien claro que encontró un ayuntamiento virtualmente quebrado, con deudas millonarias con suplidores y contratistas, lo que no ha sido obstáculo para que emprendiera un agresivo plan de obras gracias a la colaboración y la confianza del empresariado. ¿Cómo encaja, en ese cuadro de precariedades, el aumento que acaban de hacerse a sí mismos los regidores, que llevaron sus salarios de 80 a cien mil pesos al mes? Lo que Gilberto Serulle se empeña en hacer bien con las manos (o con las uñas, como se dice popularmente) lo desbaratan con los pies los regidores, que en su muy particular interpretación de su condición de servidores públicos no han perdido tiempo para servirse con la cuchara grande.