Espejo indeseado.- Por supuesto que donde quiera se cuecen habas, pero eso no puede ser, en modo alguno, un consuelo o motivo para negarnos a ver lo que está delante de nuestros ojos y el potencial peligro que representa.
Las agencias noticiosas internacionales trajeron ayer una noticia que, por razones obvias, mereció primera plana en nuestros principales periódicos: la histórica redada realizada en Puerto Rico por el FBI contra la corrupción policial, donde fueron detenidos decenas de agentes acusados de cobrar a los narcotraficantes para permitirles operar libremente (lo que aquí llamamos peaje), intento de distribuir estupefacientes y uso de armas de fuego en la comisión de crímenes relacionados con el narcotráfico, entre otros delitos.
Demás está decir que nadie quisiera mirarse todos los días en ese espejo, pero por el camino que transitamos no hay dudas de que hacia allá es que vamos, con el agravante de que, contrario a Puerto Rico, en el país de los chivos sin ley no tenemos el auxilio del FBI ni la solidez institucional para emprender una batida de esa magnitud, que llevará a los tribunales de justicia norteamericanos a policías, guardias de prisiones, miembros del ejército estadounidense y de la Guardia Nacional.
El Procurador General, Radhamés Jiménez, afirma que el único organismo facultado por ley para combatir el narcotráfico es la Dirección Nacional de Control de Drogas, con lo que da un espaldarazo a la propuesta del asesor en materia de drogas del Poder Ejecutivo, Marino Vinicio Castillo, de que se elimine la unidad antinarcótica de la Policía como una forma de ahorrarnos los recurrentes escándalos en que se ven envueltos sus miembros. Lo que acaba de ocurrir en la vecina isla nos obliga a poner las barbas en remojo, y la mejor manera de hacerlo es manteniendo a nuestros policías alejados de las tentaciones a que los expone la responsabilidad de perseguir el narcotráfico. No hay de otra, señor Presidente.