Qué se dice

Qué se dice

Dicen que gente muy próxima al presidente Mejía lo ha convencido de que falte al compromiso contraído con los contratistas de las obras construídas para los Juegos Panamericanos, con el argumento de que existen otros asuntos más urgentes que atender, lo que explicaría porqué todavía no se les ha hecho efectivo el pago de RD$250 millones que ordenó el mandatario el pasado 8 de junio.

La situación, lógicamente, mantiene en un estado de angustia a esos ingenieros, la mayoría al borde de la quiebra, sobre todo después de enterarse de que existe incluso un libramiento, con el número 1043, que dispone ese pago como abono a una deuda que sobrepasa los 500 millones de pesos. Lo que esos contratistas quisieran averiguar, más que nada para saber en qué pie están parados, es si la gente que parece haber convencido al presidente Mejía de que atienda otros cartones es la misma que, anidada en el Palacio Nacional, propició las «trabas burocráticas» que han impedido que esos cuartos lleguen a las manos de sus verdaderos dueños.

 

También los guardias

Hay que saludar la presteza conque las Fuerzas Armadas reaccionaron al reportaje de este diario que puso en evidencia la arrabalización del Altar de la Patria, morada definitiva de los fundadores de la República, hasta el extremo de permitir la instalación de una enorme carpa destinada a la venta de libros y otras chucherías. Esa reacción, sin embargo, no exonera de culpa a los responsables de velar por la integridad del monumento por el descuido que permitió que su deterioro llamara la atención de los medios y se convirtiera, para bochorno colectivo, en noticia de primera plana. Se ha dicho hasta el cansancio que nuestra administración pública, nuestros gobiernos, adolecen de una cultura del mantenimiento que preserve en buen estado las propiedades públicas, desde las carreteras hasta los complejos deportivos, pero siempre se pensó que los guardias, por formación y disciplina, estaban ajenos a esos vicios tan propios de nuestra secular miseria institucional. Definitivamente, estábamos equivocados.

 

Daños colaterales

Francisco Javier Moscoso, un joven empleado privado amante del softbol, está postrado en una cama del hospital Darío Contreras, con una preocupación muy grande dándole vueltas en la cabeza; tanto, que apenas puede dormir por las noches: los médicos le han dicho que corre el riesgo de perder una pierna. Mosquea, de 28 años, fue herido de bala cuando una patrulla policial perseguía, a tiro limpio, a un motociclista en el ensanche La Fe. Se trató, efectivamente, de un «accidente de tiro», pues de un tiempo para acá la Policía, en su lucha a muerte -literalmente- contra la delincuencia, ha convertido las calles de muchos de nuestros barrios en campos de batalla. Se trata, para decirlo en el lenguaje de la guerra, de daños colaterales que nadie puede evitar pero de los que tampoco nadie quiere hacerse responsable. Para muestra ahí está ese muchacho, tirado en una maltrecha cama del maltrecho Darío Contreras, a punto de perder una pierna y, con ella, los mejores años de su vida.

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