Tranquilo y callado.- Así dijo estar el expresidente Leonel Fernández cuando los reporteros le cuestionaron en el aeropuerto Las Américas sobre algunos asuntos que ocurren o están por ocurrir (la firma de un nuevo acuerdo con el FMI, por ejemplo) en este país.
Fue una forma elegante de torear las preguntas de los periodistas, a los que trató con la amabilidad acostumbrada, pues si alguien está consciente del valor de sus palabras y sus silencios es el exmandatario, quien ha gobernado este país durante doce años, ocho de ellos de manera consecutiva.
Tanta amabilidad, sin embargo, no debe confundirnos, pues si algo no está el presidente de la Fundación Global es precisamente tranquilo (no bien acaba de regresar de un encuentro de la CEPAL en El Salvador cuando ya está en Washington, donde participará como orador en la apertura de la XVI Conferencia Anual de la Corporación Andina de Fomento) y si tomamos por callado su renuencia a responder preguntas periodísticas hay que decir entonces que sigue igualito que siempre: solo habla cuando lo cree oportuno y conveniente a sus intereses y propósitos.
Lo que los hechos indican, sean o no sinceras las palabras del doctor Fernández cuando se tira a muerto, es que lo que dice o deja de decir aquí o allende nuestras fronteras sigue teniendo un enorme peso específico en la vida política dominicana, pues aquí –por ejemplo– se interpretó como una indirecta a Danilo Medina sus críticas a las políticas de austeridad aplicadas en Europa. Pero así es nuestra política, modelada a imagen y semejanza del liderazgo que domina, define y caracteriza cada época, nos agrade o no reconocer y aceptar que esta es la Era de Leonel, como ya tuvimos y sufrimos –salvando las diferencias de forma y fondo– la Era de Balaguer y la Era de Trujillo, y que se me perdone si esta última comparación resulta ofensiva para los devotos del peledeísmo que le siguen prendiendo velas, entre contritos y avergonzados, al profesor Juan Bosch.