Qué se dice

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[b]Réquiem al arroz[/b]

La noticia, ¿hace falta señalarlo?, no puede ser más desalentadora: más de mil millones de pesos perdidos, irremisiblemente, bajo el manto de las aguas, producto de los desbordamientos de ríos, arroyos y cañadas que nos han dejado los dilúvicos aguaceros caídos en las últimas semanas en el Cibao y la Línea Noroeste. Se trata de rubros estratégicos, tanto para el consumo local como para la exportación, entre los que figuran extensas plantaciones de yuca, plátano, batata, guineo, cacao y café, y por supuesto también el arroz nuestro de todos los días, la pérdida más sensible de todas. Estamos hablando, según las cifras dadas a conocer por el secretario de Agricultura, el ingeniero Eligio Jáquez, de 974 mil quintales, lo que incluye no solo el cereal a punto de ser cosechado, sino también todo lo que se había hecho para adelantar la siembra del próximo año. Una terrible catástrofe natural de la que no hay a quien culpar, pero de la que habremos de sacar algunas enseñanzas dolorosas. Empezando, por ejemplo, con aquellas plantaciones de arroz que las autoridades de Agricultura quemaron -manu militari- cuando nos sonreía la abundancia, olvidando que los pobres nunca podemos darnos esos lujos.

[b]Cosas del pasado[/b]

Puede que sea verdad, como piensa el presidente Mejía, que ya pasaron los tiempos en que se podía hacer trampa para ganar unas elecciones. Y parece que de eso también están convencidos los peledeístas, pues el ex vicepresidente Jaime David Fernández Mirabal dice a boca llena que no hay fraude electoral o presión de militares que puedan doblegar la inquebrantable voluntad de todo un pueblo. Pero nadie que haya vivido en este país en los últimos veinte años puede negar, si aprecia la verdad histórica, que a veces incurrimos en algunas peligrosas recaídas, y aquellas cosas que creíamos superadas gracias a los buenos vientos de la democracia han regresado para recordarnos que cada paso de avance supone, si acaso nos descuidamos, otros dos de retroceso. Por eso todavía se sigue hablando, con inquietante actualidad, de guardias promoviendo las aspiraciones de nuestros políticos, o de calieses telefónicos llevando y trayendo chismes, como en los mejores tiempos de la Era aquella, todo el santo día.

[b]Salvados del naufragio[/b]

Hay que imaginarse que a estas alturas ya se han enterado todos los libreros de la buena nueva, de que pueden por fin dormir tranquilos, pues un decreto del Poder Ejecutivo, recién salido del horno, acaba de exonerar del pago de impuestos a los libros y revistas que ingresen por las aduanas del país. Marcado con el número 1078-03, el decreto explica, en uno de sus considerandos, que la medida ha sido dispuesta «en razón de que son materiales educativos necesarios para el desenvolvimiento de la cultura y las acciones docentes en general». Esta decisión del Gobierno equivale, para decirlo gráficamente, a lanzarle un salvavidas al naúfrago a punto de ser tragado por las aguas, lo que ilustra a la perfección la situación por la que están atravesando nuestros libreros a causa de las altas primas del dólar y el euro, y los altos aranceles con los que están gravados los libros y revistas que nos llegan allende los mares. Ojalá que todavía haya tiempo para salvarle la vida al náufrago, aunque sea preciso aplicarle, como recurso extremo, la respiración boca a boca.

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