Qué se dice

Qué se dice

Si no fuera porque se trata de la muestra más patente y vergonzosa del impune proceso de arrabalización al que ha sido sometido el litoral sur del Distrito Nacional, a todo lo largo del Malecón, habría que felicitar al que tuvo la ocurrencia de instalar un retrete a la orilla del mar Caribe, junto al incesante arrullo de las olas, lo que probablemente convierta la satisfacción de una necesidad fisiológica en una relajante y singular experiencia. Pero el asunto es demasiado serio como para tomárselo a chiste, aunque ninguna de las autoridades que han pasado por el ayuntamiento del Distrito Nacional, las de antes y las de ahora, haya sido capaz de comprender la importancia de preservar un litoral que no solo están obligados a proteger por tratarse de un parque nacional, sino porque constituye, también, parte importante del patrimonio estético y emocional de varias generaciones de capitaleños.

Lógica peledeísta

Si fueron las bases, disgustadas con un Comité Político al que atribuían la mayor cuota de responsabilidad en la derrota electoral del año 2000, las que prohibieron que sus miembros sean parte del gobierno, lo lógico es que sean esas mismas bases las que decidan levantar el impedimento con el que pretendieron castigar a su dirigencia. El recurso del plebiscito, para tomar decisiones de esa envergadura, no es ajeno a los estatutos del PLD, con la ventaja adicional de que supondría, en los hechos, la mejor prueba de que ya se ha producido una reconciliación entre las bases y la cúpula del partido. Elegir ese camino, sin embargo, entraña riesgos que el Comité Político está obligado a sopesar muy detenidamente, antes de tomar una decisión que pueda sentar un precedente potencialmente peligroso para su propia integridad y supervivencia.

Humillados y ofendidos

Aunque signifique llover sobre mojado habrá que repetir, por enésima vez, que el atentado contra las Torres Gemelas del 11 de septiembre convirtió el mundo, la aldea global donde nos ha tocado vivir, en un lugar donde nadie, absolutamente nadie, está seguro, y lo que sucedió en Madrid el pasado 11 de marzo nos lo ha recordado de la peor manera. Por eso sorprende tanto, conociéndose de sobra la histeria que vive Estados Unidos por culpa del terrorismo y las permanentes amenazas de Al Qaeda, que algunas de nuestras personalidades sean inpacaces de entender la situación, de la que los registros rigurosos a los que se somete a todo el que aborda un avión hacia su territorio son tan solo una lógica consecuencia. El terrorismo, a la hora de elegir a sus inocentes víctimas, no discrimina entre una empleada doméstica, un soberbio cardenal o un síndico muy poco humilde, por lo que no se puede privilegiar a nadie, tampoco, cuando se trata de garantizar la seguridad a la que todos y cada uno de los pasajeros de ese avión tiene derecho.

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