Demasiado simple.- Definitivamente, nos cae como anillo al dedo el viejo y conocido refrán que dice que solo nos acordamos de Santa Bárbara cuando empezamos a escuchar los truenos que anuncian la inevitable tormenta. El apresamiento de una banda integrada por menores de edad a los que se acusa de dar muerte, luego de asaltarlos, a por lo menos siete taxistas, ha vuelto a poner sobre el tapete la necesidad de modificar el Código del Menor con el propósito de endurecer sus penas, una solución de un simplismo sorprendente tratándose de un problema tan complejo.
Pero igualmente es –también hay que decirlo– la manera más cómoda de encarar el problema dado lo fácil y rápido que resulta en este país modificar una ley o, en su defecto, fabricar una nueva a la medida de las circunstancias del momento, pues cambiar una realidad en la que inciden la pobreza, la exclusión, la marginalidad, las drogas y la falta de empleos, entre otros factores, es muchísimo más complicado y toma demasiado tiempo, y ninguno de nuestros gobiernos, incluído el que preside Leonel Fernández, ha mostrado mayor interés en invertir donde hay que invertir (en educación, por ejemplo) para cambiar esa deplorable situación.
En cuanto a esta nueva oleada de reclamos de endurecimiento de las penas a los menores que delinquen a la que cada día se suman, en afinado y entusiasta coro, nuevos partidarios, solo resta decir que a quien les escribe le da teriquito cada vez que lee en un periódico por ahí –como si se tratara de una muletilla– que los principales proponentes de esa modificación son el cardenal Nicolás de Jesús López Rodríguez y el mayor general Rafael Guillermo Guzmán Fermín, jefe de la Policía Nacional, pues albergo el temor de que con esos padrinos, junto a la conocida pusilanimidad de nuestros legisladores cuando se trata de la Santa Madre Iglesia, de ese atropellado afán modificador pueda salir alguna barbaridad que nos convierta en los hazmerreír del mundo.