Cuenten conmigo.- Si es verdad que el propósito del museo que se pretende construir en San Cristóbal en memoria de Trujillo es evitar que se repitan los horrores y los vicios de su feroz dictadura le ofrezco todo mi respaldo, con tal de ahorrarle a las futuras generaciones el penoso espectáculo de ver a 26 Senadores de la República que, en entusiasta romería, se presentaron al Palacio Nacional a ofrecerle apoyo pleno al presidente Leonel Fernández, a quien prometieron seguir sea cual sea el rumbo que desee tomar, en un impúdico gesto que no ha engañado a nadie y que todo el mundo ha interpretado como lo que fue: un espaldarazo a la reelección del mandatario a pesar de que lo prohíbe, de manera expresa, la Constitución.
Trujillo no solo fue horror, tortura, latrocinio, miedo, corrupción y crímenes bárbaros; también fue servidumbre, abyección, y un desenfrenado –y con frecuencia delirante– culto a su avasallante personalidad, una herencia maldita de la que todavía hoy, tras 30 años de democracia ininterrumpida, no nos hemos podido librar, como nos acaban de recordar los senadores peledeístas. ¿Qué diferencia hay entre los ditirambos conque se ensalzaba la gloria inmarcesible del Jefe, los incontables homenajes y condecoraciones que recibió y la genuflexión de la que han hecho galas esos senadores al visitar el Palacio Nacional para entregar una carta en la que ni siquiera reúnen el coraje suficiente para mostrar de manera abierta y responsable su intención reeleccionista? ¿Votaron los ciudadanos para que sus representantes en el Congreso, un poder independiente del Estado, fueran a ponerse a la orden del Presidente de la República y sus ambiciones políticas? Repito lo que dije al principio: si ese museo evitará que reeditemos los horrores y los vicios mas perversos de la dictadura, recordándonos de paso –porque resulta obvio que lo hemos olvidado– que el culto a la personalidad del mesías político de turno es uno de los tantos caminos hacia la dictadura, cuenten conmigo.