De reclusos y celulares.- Entre las singularidades que adornan a este maravilloso país nuestro, al que la inquieta y curiosa Alicia surgida del genio creativo de Lewis Caroll le hubiera salido corriendo, están las extraordinarias facilidades de las que disfrutan los presos en nuestras cárceles, directamente proporcional a sus bienes, haberes y apellidos, pero también al dinero y el poder acumulados gracias al narcotráfico o cualquier otra actividad criminal igualmente lucrativa. Pero no voy a referirme aquí a las suites disfrazadas de celdas que disfrutan, porque pueden pagar por ellas, tanto narcotraficantes como banqueros, sino de un privilegio menos escandaloso: la utilización de celulares, lo que ha hecho posible que aún bajo el encierro al que los ha condenado la sociedad a la que dañaron y agraviaron con sus crímenes y delitos los reclusos puedan seguir delinquiendo, incluso asesinando, con una impunidad de la que no disfrutaban –valga la paradoja– cuando estaban libres y sueltos. ¿Es tan difícil prohibir el uso de celulares entre los reclusos? Cualquiera diría que no, a menos que falte –como en efecto– la voluntad, el propósito y la autoridad para hacer cumplir esa prohibición. El Procurador General de la República, Radhamés Jiménez, anunció ayer que las autoridades trabajan en un proyecto que procura bloquear las señales de teléfonos celulares en los recintos carcelarios, tanto en los de corrección y rehabilitación como en el sistema tradicional, pero no ofreció muchos detalles ni tampoco dijo cuándo ese proyecto empezará a funcionar. Mientras tanto, al salir a la calle no olvide ni por un segundo que en este inseguro país son tan peligrosos los delincuentes, asesinos y narcotraficantes que están presos como los que andan por ahí tan campantes acechando a su próxima víctima.