La Soga.- Si el teniente de la Policía Nacional apodado La Soga es lo que dicen que es, un ex integrante de un equipo élite dentro de la propia institución del orden encargado de limpiarle el pico a delincuentes con exceso de fichas, debe ser depositario de grandes y terribles secretos que abarcan a varias jefaturas, y un hombre así en problemas con la justicia es una peligrosa bomba de tiempo tanto para sí mismo como para quienes fueron (o son) sus socios, cómplices, padrinos y protectores, que no quisieran que se conociesen públicamente sus tratativas y siniestras maquinaciones. Eso tal vez explicaría porqué, consciente de su situación, se resiste a entregarse a sus ex compañeros de armas, que lo persiguen por el asesinato de dos jóvenes por encargo de dos empresarios de San Francisco de Macorís, trabajo por el que habría cobrado la suma de 250 mil pesos, a pesar de todas las garantías a su vida ofrecidas por el jefe de la Policía, el mayor general José Armando Polanco Gómez, quien también ha sido firme y contundente al advertirle al prófugo lo que podría ocurrirle si no atiende el llamado de las autoridades de que se ponga a disposición de la justicia para que responda por la acusación de sicariato. Todo ciudadano de este país tiene derecho a que se le considere y se le trate como inocente hasta que en un juicio público, oral y contradictorio se le demuestre lo contrario, pero nadie debe extrañarse de que un derecho que tantas veces le negó a otros tampoco sirva para evitar que un hombre con el prontuario de La Soga (hasta ayer, por lo menos 13 familias de personas que fueron asesinadas por sicarios han acudido a la fiscalía de Santiago o a la Dirección Cibao Central de la Policía a responsabilizarlo de las muertes de sus parientes) finalmente muera como ha vivido.