Qué se dice

Qué se dice

Hay que imaginarse que, en estos momentos, miles de iracundos empleados públicos han de estar echando pestes contra el presidente Hipólito Mejía, pues la decisión del mandatario de retenerles sus chelitos hasta el 31 de diciembre, dizque para que no los gasten todos juntos, ha devenido en fuente de irritación para todas esas familias que se fueron en blanco durante las pasadas festividades navideñas. La controversial ocurrencia ha caído muy mal, sobre todo después de un año de tantas precariedades, por lo que ha terminado convirtiéndose en un boomerang que hará mucho daño a la de por sí maltrecha imagen del gobierno. Con el agravante de que al día de hoy, tres de enero, sigue sin cobrar una enorme cantidad de servidores públicos, que han tenido así la oportunidad de comprobar por sí mismos, y de la peor manera posible, porqué dicen por ahí que de buenas intenciones están empedrados los caminos del infierno.

Prohibiciones

La foto publicada en portada por este diario en el día de ayer no puede ser más elocuente, pero tampoco más pavorosa. Ese enorme cabezote que le pasó literalmente por encima, cual gigantesca bestia mecánica, a un pequeño vehículo de fabricación japonesa le pone los pelos de punta a cualquiera, pues resulta inevitable pensar en la suerte corrida por sus ocupantes. Lo más doloroso de todo, sin embargo, es que se supone que ese cabezote, al igual que los vehículos pesados que fueron vistos por nuestras carreteras durante las festividades de fin de año, no debían estar circulando por disposición expresa de la Comisión Nacional de Emergencias, que con esa medida buscaba evitar accidentes y tragedias que lamentar en estas especiales fechas. Pero nuestras leyes de tránsito, duele admitirlo, no incluyen a los vehículos pesados, y por ahí andan las siniestras patanas, con su inacabable prontuario de muertes, para recordárnoslo de manera permanente. ¿Y la patrulla de caminos de la Policía Nacional? Bien gracias.

SOS en La Vega

Es verdad que hace tiempo que la delincuencia es un problema nacional, que ya ni los pueblos del interior -en otra época remansos de bucólica tranquilidad- están a salvo de sus perversos efectos, pero lo que está sucediendo en La Vega, la hermosa y olímpica ciudad cibaeña, debería llamar la atención de nuestras autoridades. Los delincuentes, sencillamente, han sentado allí sus reales, por lo que la gente decente ha tenido que replegarse a la seguridad de sus hogares, pues las calles -no importa si es de día o es de noche- se han convertido en territorio bajo el dominio de los antisociales. Los veganos y las veganas (que son buenos todos, como decía el popular anuncio de Barceló) merecen vivir en paz, a salvo de la amenaza de una delincuencia que le ha perdido al miedo a la Policía, sin duda consciente de las limitaciones de una institución desbordada por una criminalidad que ya no respeta ni una sola pulgada de nuestro territorio.

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