Eficiencia policial– Algún día deberíamos sentarnos a dilucidar porqué la Policía resuelve siempre los crímenes de alto perfil, esos que estremecen a la sociedad como el asesinato de una pareja de ancianos y sus dos empleadas domésticas en el Evaristo Morales, en tanto se amontonan en sus archivos los crímenes sin resolver (recientemente el Procurador Francisco Domínguez Brito reveló que el 60% de los homicidios que se cometen en el país quedan impunes) y la sociedad dominicana se repliega, indefensa, ante el acoso feroz de la delincuencia.
Es evidente que las presiones de la opinión pública sirven de estímulo a la capacidad reactiva de la institución del orden, lo que por demás –justo es decirlo– ocurre en todas partes del mundo, pero también lo es que la Policía ha demostrado que sus investigadores cuentan con la profesionalidad y formación técnica necesarias para dar respuesta a los desafíos de la criminalidad. ¿Por qué prevalece entonces la sensación de que solo es eficiente cuando quiere o la presionan para que lo sea? ¿O cuando los afectados son gente conocida? Tal vez la explicación esté en su comportamiento, en los excesos que comete en los barrios, en los intercambios de disparos en los que nadie ya cree, en la patrulla que te manda a parar en la calle y lo primero que te piden sus miembros es un poco de dinero para comer o cenar, sin dejar de mencionar la facilidad con que se pasan al bando de los delincuentes o los narcotraficantes, a quienes incluso superan en audacia, por lo que en lugar de respeto inspiran miedo y desconfianza en quienes deben proteger.
Cualquier reforma de la Policía debería proponerse como principal objetivo cambiar esa percepción de la ciudadanía, tan antinatural como perturbadora en un verdadero estado de derecho.