El sucesor.- Llamarlo sucesor de José David Figueroa Agosto me pareció, de entrada, un exceso atribuíble a la emoción del momento, pues no todos los días tiene la Policía Nacional la oportunidad de anunciar con bombos y platillos una victoria de la cooperación internacional, como definió el mayor general José Armado Polanco Gómez el apresamiento y entrega a las autoridades norteamericanas, más pronto que inmediatamente y menos de 24 horas después de su detención, de un peligroso narcotraficante al que se acusa de enviar hacia Puerto Rico 2,500 kilos de cocaína tan solo en los últimos meses, generando ganancias cercanas a los 40 millones de dólares.
Sin embargo, esa proeza pierde méritos cuando uno se entera de ciertos detalles, empezando porque Miguel Díaz Rivera (Bolo) llevaba diez años viviendo en el país, utilizando una cédula dominicana y hasta ayudándonos con su voto (¿por qué no?) a elegir a nuestros Presidentes, sin que ninguna autoridad se percatara de la naturaleza de las actividades de un prófugo tan peligroso que al momento de su entrega fue conducido hasta el avión que lo vino a buscar en un carro blindado. ¿Cómo pudo ser eso posible?
Tal vez la explicación esté en el hecho de que vivía en un barrio marginado, se recortaba el pelo en una barbería de pobres y andaba en una platanera, sin las típicas ostentaciones de los capos. Mas difícil de entender son las declaraciones del vocero de la DNCD, Roberto Lebrón, aclarando que el organismo antinarcóticos desconocía las actividades de Rivera Díaz en el país y que no figura en su lista de prófugos, pues dejan en el aire algunas interrogantes que inquietan. ¿Quién es realmente Miguel Rivera Díaz? ¿Por qué previamente no se notificó su apresamiento, como manda el protocolo, a la Unidad Antilavado de Activos de la Procuraduría? Tal parece que el cuento del Bolo, sea o no quien dicen que es, es más corto o más largo que lo que nos han contado.