Qué se dice

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Buenas noticias
Como no solo de malas noticias viven los periódicos, hay que recibir con auténtico beneplácito la información ofrecida ayer por el fiscal de la provincia Santo Domingo, Eddy Olivares, dando cuenta del sometimiento a la Justicia de catorce empresarios de la industria metalúrgica y ferretera a quienes se vincula a la sustracción y comercialización de alambres del tendido eléctrico y telefónico.

Esa es la única manera, no nos cansaremos de repetirlo, de atajar una forma de vandalismo que hace rato se convirtió en un problema de seguridad pública, pues si los ladrones no encuentran a quién venderle su bien cotizada «mercancía» dejará de ser rentable robársela. Felicitamos, pues, a la Policía Nacional y al fiscal Olivares por su iniciativa, que debería completarse -el escarnio público es también un buen disuasivo contra el delito- revelando los nombres de las empresas y los empresarios condenados por esa ilegal práctica.

Solano al ataque

En los campos dominicanos se suele decir, con esa sabiduría que solo se adquiere viviendo la vida, que no por mucho madrugar amanece más temprano. Esa sentencia la cae como anillo al dedo al controversial dirigente político Miguel Solano, quien no ha esperado siquiera que el gobierno del PLD, del que fue expulsado sumariamente el año pasado, se haya mudado al Palacio Nacional para empezar a soltar sus venenosos dardo. Según Solano, quien se define a sí mismo -en las notas que envía a las redacciones- como «ex candidato presidencial peledeísta», la reunión del Comité Central convocada por el Comité Político, en la que se le buscará el bajadero al impedimento que enfrentan sus miembros para desempeñar una función pública, es el primer paso hacia la «gran corrupción» que se avecina en el nuevo gobierno. Y recordó que cuando el VI Congreso Profesor Juan Bosch incluyó el artículo de la discordia, lo hizo porque los funcionarios secuestraron al partido impidiéndole a la militancia denunciar la corrupción.

Condecoraciones

El teniente general José Miguel Soto Jiménez, como guardia viejo, no cae en gancho. Y mucho menos en un tiempo tan delicado como este, tan parecido a un peligroso campo minado que hay que atravesar con sumo cuidado, si se quiere salir con la frente en alto. Por eso hay que aceptar como buena y válida su explicación de que ignoraba que fuese a celebrarse, la mañana del pasado miércoles, un ceremonia de condecoración a altos oficiales de las Fuerzas Armadas en el Palacio Nacional, suspendida sin mayores explicaciones luego de ser previamente anunciada a los periodistas. Eso es lo que dice, le crea usted o no, el secretario de las Fuerzas Armadas, pero lo que anda de boca en boca en los pasillos palaciegos es que la ceremonia se suspendió porque los eventuales beneficiarios de esos ascensos los rechazaron, con el argumento de que, en las presentes circunstancias, podrían convertirse en el epitafio de sus prometedoras carreras.

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