QUE SE DICE
Coca-cola sin hielo

QUE SE DICE <BR>Coca-cola sin hielo

Dice el doctor Roberto Rodríguez de Marchena, con inocultable sarcasmo, que en este país hay gente que le pide coca-cola a los americanos pero que se ofende si esos mismos americanos le ofrecen el hielo conqué enfriarla.

La expresión del portavoz del gobierno parece, y de hecho lo es, una crítica velada a los que, desde el nacionalismo a ultranza, critican todo lo que venga de Estados Unidos (incluídas, desde luego, las opiniones no solicitadas de sus embajadores metiches), sin entender que en un mundo interdependiente, dominado por una sola gran potencia (unilateralismo, lo llama Marchena), esas posiciones resultan anacrónicas y desfasadas.

Y debe ser verdad, sobre todo si quien lo dice es el vivo ejemplo de lo mucho que ha cambiado el mundo desde que se congeló para siempre la guerra fría, y a quien difícilmente sus viejos camaradas reconozcan al escucharle defender, con tanta convicción, el derecho que asiste al embajador norteamericano Hans Hertell, en el globalizado mundo en el que tenemos el privilegio de vivir, a opinar lo que crea conveniente sobre la forma de conducir nuestra imperfecta democracia, sin que eso constituya -de parte de nuestro principal socio comercial- una amenaza a nuestra soberanía.

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No todo era malo

Un curioso comentaba el otro día, medio en serio medio en broma, que si bien el presidente Leonel Fernández ha sido un crítico pertinaz del gobierno que encabezó el agrónomo Hipólito Mejía, al que le reconoce muy pocas virtudes, ha hecho suya una costumbre que impuso el ex mandatario, siempre tan ocurrente y siempre dispuesto, también, a poner la nota discordante aún en las ocasiones más solemnes: picar en pedacitos la cinta que se corta, sabrá Dios desde cuando, en las inauguraciones oficiales, pedacitos que luego son repartidos como un recuerdo entre unos cuantos -digámoslo así- privilegiados. Esa manera de cortar las cintas inaugurales se ha convertido, por lo que se ve, en otro rito mas de los tantos que rodean al Poder, al extremo de que el presidente Fernández ha dado continuidad, de la forma más natural del mundo, a la que fuera una de las «gracias» más celebradas de Mejía, gracia que podía extenderse, como efectivamente sucedió tantas veces, al funcionario más cercano, quien debía gozar más que nadie el pesado chiste presidencial que le dejó calimocha la corbata.

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Emplazamiento

El senador por Elías Piña, el doctor Manuel Emilio Ramírez Pérez, insiste en su recomendación de que sea traspasada a las iglesias el programa de asistencia social bautizado por el gobierno «Tarjeta de Solidaridad», que según el legislador se distribuye solo entre militantes o simpatizantes del Partido de la Liberación Dominicana, como una garantía de que sus beneficios se repartirán entre la gente que verdaderamente lo necesita. El vicepresidente Rafael Alburquerque, responsable del programa, ha defendido -como era de esperarse- la honestidad de los encargados de su aplicación así como la forma en que se distribuyen sus beneficios, las mejores razones del mundo para acogerse al emplazamiento que acaba de hacerle Ramírez Pérez, si se quiere establecer quién dice la verdad y quién miente: publicar el listado completico de los beneficiarios de esas tarjetas, tanto en Elías Piña como en el resto del país, pues en un país donde todo el mundo se conoce resulta muy fácil saber de qué pata cojea cada quién o cuál es el partido político del vecino.

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