Quiere decir entonces que el expresidente Leonel Fernández descubrió que el PLD ya no es el partido que fundó el profesor Juan Bosch cuando el monstruo que ayudó a crear no solo terminó devorando los principios y valores de su fundador sino que también se lo tragó a él, cerrándole el camino de regreso al Palacio Nacional y obligándolo a salir de la casa que cobijó su exitosa carrera política con la sábana por un canto y 800 mil y pico de votos en el bolsillo. Un descubrimiento tardío, aunque su retórica y su versión de los hechos parezcan decir otra cosa, pues aquí se está hablando y escribiendo sobre la deserción de los peledeístas de los principios éticos y políticos de Bosch desde que en el segundo período de gobierno del doctor Fernández empezaron a sacar las uñas, a mostrar su “debilidad” por los bienes materiales, sobre todo por los caros y lujosos, iniciando así un proceso de acumulación originaria que enriqueció a su dirigencia a tal punto que hoy se habla de la “Corporación PLD”. El resto ya es historia, un lugar donde los gobiernos peledeístas, en materia de corrupción, se han ganado un lugar destacado gracias a la impunidad con la que resguardaron ese proceso de acumulación y enriquecimiento ilícito. ¿Dónde estaba el doctor Fernández durante ese proceso? ¿Qué hizo para evitar que el PLD fuera arrojando a la orilla del camino las enseñanzas de su fundador? ¿Por qué no se quejó nunca, hasta que no fue víctima de esos excesos, de un “gobierno rencoroso y vengativo, que acosa, presiona y silencia voces”? Son preguntas retóricas, claro está, porque aquí todos conocemos las respuestas, por lo que no hay forma de que el expresidente Fernández eluda la responsabilidad que le toca en el derrotero del PLD desde que la dirigencia a la que perteneció hasta el pasado domingo empezó a comportarse como si el poder fuera un fin en sí mismo, y fuera válido cualquier medio para alcanzarlo, retenerlo y disfrutarlo.