Hubo una época, no tan lejana como para que la hayamos olvidado, en la que era común escuchar la expresión “en este país ser blanco es una profesión”, que muchos considerarán una gran verdad que, antes y ahora, duele reconocer. Parafraseando, si me lo permiten mis amables lectores, esa expresión, puede afirmarse que hoy, en este país, ser peledeísta es una profesión de la que se puede vivir bien y ni siquiera hace falta trabajar ni cumplir un horario para que te paguen por el privilegio de serlo. En realidad es muchísimo mas, y no solo por las nominillas de las que se amamantan miles de compañeritos de las bases y los comités intermedios, ni por las familias enteras (incluída la “doméstica”, desde luego) inscritas en el Presupuesto Nacional, ni por las groseras fortunas que han acumulado los principales dirigentes del PLD en casi veinte años de gobiernos, que según las malas lenguas (y las buenas también) rivalizan y hasta compiten con los ricos “de toda la vida”, esos a los que ha costado el sudor de dos generaciones exhibir lo que hoy tienen sin necesidad de estrujárnoslo en la cara. Se trata de algo mas sutil, pero también más poderoso, como lo es el sentimiento, o mejor dicho la convicción, de que pueden hacer lo que quieran y cuando quieran pues lo controlan todo, y por eso pueden darse el lujo de ser optimistas y confiar en un futuro que les sonríe, pues estarán cuatro años mas en el poder. ¿Quieren un ejemplo? José Ramón Peralta, Ministro Administrativo de la Presidencia, quien hace unos días declaró, para consumo de sus preocupados compañeros de partido, que el PLD tiene a donde ubicar a los que quedarán desempleados, a partir del 16 de agosto, en los ayuntamientos que ganó la oposición. “Ahora tenemos mas ayuntamientos; habrá unos y otros, y nos acomodaremos”. Son palabras tranquilizadoras, de eso no hay dudas, pero solo para los peledeístas; los verdaderos dueños de este país.