Qué se dice
El desfase colectivo

Qué se dice <BR><STRONG>El desfase colectivo</STRONG><BR>

Con o sin ayuda de los partidos políticos, miles de ciudadanos tendrán que viajar de una localidad a otra para poder votar. Aquellos que estén organizados en proyectos electorales o vinculados  al activismo van a disponer de servicio  de transporte gratis  y «dieta», sobre todo  si viajan desde Santo Domingo a municipios del interior. El dominicano promedio no se ocupa mucho de actualizar los datos de cédula.

De ahí que corrientemente haya mucha gente que reside en forma transitoria o permanente  en un sitio pero sus documentos les señalen otro domicilio. Aquí es cosa común atrasarse con los requisitos  y papeleos de la vida civil. En ocasiones, el incumplimiento recibe «apoyo institucional». Véase que en estos momentos  la inmensa mayoría de los ciudadanos vamos por esos caminos de Dios con una cédula personal de identidad que ya expiró o está a punto de expirar. Por magia del Poder Electoral, los plásticos fueron «renovados» masivamente hace poco, pues su vida útil ha sido  extendida mediante  simple decisión administrativa de la JCE. Siguen vigente sin importar que algún  carnet esté ya deteriorado por el tiempo ni si el portador ha cambiado   status de casado a soltero o viceversa (el 50% de las uniones matrimoniales se va a pique en República Dominicana con bastante rapidez). Tampoco  importa que de lucir una abundante cabellera en la vieja fotografía de cédula, algún señor haya pasado a ser un  irremediable calvo.

AMET debilitada

  Después  de un aparatoso caso en el elevado de la 27 de Febrero, y  a propósito del desorden del «concho» en el que  circulan los carros del transporte público sin acogerse a la alternación interdiaria según el color de  la capota,  lo que ha pasado  a primer plano es la evidencia de que la Autoridad Metropolitana de Transporte  está haciendo  de tripas corazón para mantener su presencia en las calles. Su actual número de agentes no da abasto. Sus obligaciones aumentaron con nuevas reglas y tareas a partir del año pasado, más no su personal. Por ello  los motociclistas están invadiendo, virtualmente a toda hora, las vías que les son prohibidas, como los túneles  y elevados. El incidente a que se hizo alusión en el inicio de este texto consistió en que una hermosa mujer que guiaba una yipeta no menos radiante y cara, tuvo que hacer un violento zigzagueo en estos días para no llevarse de encuentro a un motociclista. De paso -y ahí quedaron las huellas en un muro-,  resultó dañado todo un costado del lujoso vehículo y casi fue desbaratado un carrito utilitario que iba delante. No hubo desgracias personales a pesar del arrugamiento de metales, pero centenares de automovilistas llegaron retrasados a su destino esa mañana por efecto de un mayúsculo entaponamiento.

«Tigueraje» sin freno

  El derecho a divertirse, a beber cerveza sin compasión o cualquier  otro líquido espirituoso al compás de una alegre e intensa música, no puede liberar  de responsabilidades a los bullangueros para que lleguen al extremo de quebrantar la paz y tranquilidad a que aspiren los vecindarios para entregarse al descanso o el sueño. Eso  es lo que está ocurriendo  inconteniblemente en los entornos de algunas intersecciones de la avenida Venezuela del ensanche Ozama. Se trata de una arteria de intensa vida nocturna, con muchos congestionamientos de tránsito y aglomeraciones de juerguistas en los alrededores de los centros de diversión, incluyendo los llamados colmadones. Está visto que no todo el que acude a esa vía a divertirse respeta a los demás, y entre algunos de los que se embriagan suele estallar la violencia que incluye el uso de armas de fuego; y otros individuos quedan sin  inhibiciones y atentan contra el pudor  en plena calle. En un momento dado puede que haya decenas de bebedores ejerciendo al extremo «el derecho» a escandalizar y a agredir las buenas costumbres. Y como la Policía de la zona parece que no sabe que su obligación es impedir esos  quebrantamientos del orden, cientos de familias sufren las consecuencias. Uno comprende  que los tígueres no sepan cuáles son los límites que la sociedad impone a sus conductas, pero jamás se justificará que la Policía desconozca sus deberes.

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