Quien no se haya dado cuenta todavía, porque se ausentó durante mucho tiempo o porque vive en la luna, de lo mucho que ha cambiado la política en este país puede sorprenderse de que el diputado Miguel Gutiérrez Díaz, quien acaba de ser apresado en Miami acusado de pertenecer a una red de narcotráfico internacional, haya sido el mas votado en el municipio de Santiago a pesar de que hasta el momento de su postulación solo era conocido como un empresario de la construcción que nunca había participado en política.

Pero su éxito electoral solo confirma lo que ya sabíamos; que las posiciones electivas las gana el que tiene mas dinero para regalar y caravanear, no el que presente las propuestas más atractivas para los electores de su demarcación. Y ahí está como botón de muestra, precisamente, la Cámara de Diputados, donde al menos nueve legisladores son a la vez prósperos empresarios de las bancas de lotería.

¿Qué busca un millonario, que tiene todos sus problemas resueltos, ocupando una curul en el Congreso Nacional, donde a pesar de las exoneraciones, los cofrecitos y barrilitos nunca recibiría los beneficios que recibe en sus negocios y empresas privadas? Se trata, por supuesto, de una pregunta retórica, pues la política se ha convertido, a los ojos de todos y con la anuencia de los partidos, en una gran oportunidad para hacer negocios y amasar grandes fortunas, pero también en una forma de enmascarar y proteger actividades reñidas con la ley.

Y aunque el PRM ya lo soltó en banda con el argumento de que cada quien es personalmente responsable por sus hechos, no es tan fácil librarse de culpa en el caso del diputado Gutiérrez Díaz, a quien le abrió las puertas y lo postuló en su boleta sin detenerse a averiguar mucho sobre el origen de su riqueza. Algo que no hubiera sido tan difícil en un país de vecindades y colindancias, donde nos conocemos todos y siempre termina sabiéndose de qué pie cojea cada quien.