Si este fuera un país de verdad… Rellene usted los puntos suspensivos con la situación que mejor le cuadre, o que más le duela, porque lo cierto es que esa expresión, que escuchamos o pronunciamos tantas veces, se ha convertido en el “pie de amigo” al que muchos ciudadanos recurrimos para desahogar la frustración y la impotencia de haber nacido y vivido en el país que pudo haber sido y no fue, agobiados por la certeza, que crece lenta y silenciosamente como cáncer maligno, de que por el camino que vamos no lo llegaremos a ser nunca. Las razones para que muchos dominicanos piensen de esa manera nos golpean cotidianamente, basta abrir un periódico, encender el televisor o darse una vuelta por las redes sociales, oscureciendo su ánimo y empujándolos a mirar con pesimismo el futuro, lleno de incertidumbres y preguntas sin respuestas. ¿No llegaremos a cambiar nunca? ¿Por qué otros pueden y nosotros no? ¿A quién echarle la culpa? ¿A los políticos que nos han gobernado con los ojos puestos en sus intereses políticos y personales y las manos metidas en el Presupuesto Nacional? ¿A los ciudadanos que les entregamos un cheque en blanco, nuestros votos, para que hagan con ellos lo que les de la gana menos trabajar por un país con mejores leyes, mejores instituciones, mejor salud, mejor educación y un largo etcétera de sueños de progreso, desarrollo y bienestar incumplidos? Si hoy me salí por la tangente cúlpese a los efectos en mi ánimo de una pandemia que lleva ya cuatro meses y asusta y mata como el primer día, a los 647 muertos de covid-19 a los que le faltan el respeto los que andan por ahí haciendo fiestas y “juntes” como si hubiera algo que celebrar, o al Gobierno que dice una cosa y el Ministro de Salud que dice otra muy distinta para que no sepamos a quién creerle ni en qué terminará esto. En fin, si este fuera un país de verdad no necesitaríamos el permiso de los políticos para cambiar todo lo que está mal.