La juramentación en el PRM de alrededor de 500 miembros del PRD, incluído quien hasta ese momento era el vocero de la bancada perredeísta en la Cámara de Diputados, cuando apenas faltan días para las elecciones de febrero constituye –transfuguismos aparte– un duro golpe para el otrora Glorioso, empequeñecido hasta el borde de la desaparición como certifica la Gallup en su entrega de ayer, donde le otorga un 0.7% a sus candidatos. Si el propósito de Miguel Vargas, cuando se hizo con el control del PRD, era destruir al partido que puso los primeros cimientos, que abonó con sangre y persecuciones, de la democracia dominicana, hay que admitir con gran pesar que lo ha conseguido, y lo que nos dicen su discurso y su lenguaje corporal es que eso no le importa ni le produce ningún remordimiento. Si le preguntamos a su archienemigo, Guido Gómez Mazara, por las razones de ese comportamiento repetirá por enésima ocasión que el susodicho siempre quiso un PRD pequeño para poder hacer grandes negocios, pero viendo los resultados de la Gallup cualquiera diría que se le pasó la mano; como diría también que eso explica la estampida de perredeístas hacia el PRM del pasado domingo, que podría continuar en los días por venir luego de que esa encuesta puso en blanco y negro la realidad de un partido que parece haber recibido una sobredosis de chiquitolina. Un final triste, además de inmerecido, para una organización cargada de historia que fue un referente legítimo de las luchas del pueblo dominicano por mayor libertad y democracia. Es por eso que estoy convencido, como sé que lo están muchos perredeístas, de que a Miguel Vargas no lo absolverá la Historia, que ya le tiene reservado un lugar como sepulturero del PRD.