Seguimos leyendo con frecuencia en los periódicos sobre el apresamiento por parte de la Armada y las autoridades de la vecina Puerto Rico de ciudadanos dominicanos que tratan de llegar a esa isla de manera ilegal, como los 18 indocumentados, incluidas varias mujeres, que fueron detenidos ayer luego de que la embarcación en la que viajaban fue interceptada frente a las costas del municipio de Camuy por la Unidad Marítima con base en Arecibo, que los entregó a la Guardia Costera de los Estados unidos para fines de investigación y posterior deportación hacia la República Dominicana. Quien conoce la situación calamitosa por la que está atravesando Puerto Rico luego del paso devastador del huracán María puede sorprenderse de que, aun en esas difíciles circunstancias, tantos dominicanos arriesguen sus vidas para llegar a sus costas en busca de una mejor vida que probablemente nunca encuentren, pues salieron de Guatemala para caer en Guatepeor. Esas inciertas travesías también deberían sorprender a quienes, de tanto escuchárselo decir a velloneras y bocinas, se han llegado a creer el cuento de que vivimos en una especie de paraíso tropical sin aire acondicionado, con una economía en permanente crecimiento que es la envidia y el asombro de los países de la región, y una revolución educativa que nos lleva derechito y sin arrugas hacia el desarrollo pleno y sostenible (etcétera, etcétera) que tanto anhelamos. En el mundo real, sin embargo, las cosas son muy distintas a como las pinta la propaganda oficial. Y si usted no es peledeísta, ni es favorecido por alguno de los programas asistenciales con los que el Gobierno le expresa su “solidaridad” a su mimada clientela política, es muy probable que en algún momento toque a sus puertas la desesperación, y sienta unas irreprimibles ganas de escapar del paraíso aunque tenga que jugarse la vida en el intento.