Quien lance una mirada sobre las relaciones exteriores dominicanas respecto de Haití probablemente sentiría inconformidad. Todavía no ha llegado la Administración Pública que confiera suficiente valor y movimiento al mecanismo bilateral creado hace años para que las dos naciones que comparten la isla Española traten, en un marco diplomático bien deslindado, las contradicciones que son inevitables entre autoridades limítrofes. No se ha impulsado por la vía de tal comisión binacional (que parece que solo existe de nombre) un estrechamiento de los nexos. Fuera de que René Préval ganó las pasadas elecciones haitianas y que él es un mandatario con el que resulta fácil entenderse, a Dios gracia, poco se ha avanzado en las esferas de lo domínico-haitiano desde el delicado incidente causado durante la visita del presidente Leonel Fernández a Puerto Príncipe donde fue blanco de la violencia callejera. Una prueba de la falta de fluidez se expresa en el hecho de que el embajador haitiano aquí, Fritz Cineas un funcionario cordial y familiarizado con el país- a veces airea de voz en cuello las dificultades entre Santo Domingo y la capital haitiana, como ocurrió en días recientes cuando expresó un reclamo al que, de todos modos, nadie ha visto una contundente respuesta oficial.
Los malos imitadores
El Estado dominicano ha devenido a raíz del método particularmente endeudador de Hipólito Mejía- en un usuario patológico del crédito externo con preferencia por las fuentes financieras privadas que imponen tasas de interés altos y plazos de amortización cortos; incluso prestamistas o proveedores en especie que se caracterizan en la mayoría de los casos por realizar gestiones entre bastidores antes de aparecer como beneficiarios de contratos. Hubo uno incluso que salió a la luz pública como donante de una costosa escultura a la Fundación Global Democracia y Desarrollo (Funglode). Es decir: cuando el país vino a saber que una firma había sido favorecida con un contrato de venta a crédito de equipos de costos exagerados e injustificados, ya sus representantes locales estaban de paños y manteles con las profundidades del poder en República Dominicana. La escuela política de Balaguer ha tenido en este país muy buen seguimiento con inusitados emuladores, menos en lo de su estilo a veces obsesivo y hasta poco práctico en ocasiones, de no meterse hasta el tope en lo fiado. Por eso el ciclo que ha endeudado el futuro de la nación, y que condena a hijos, nietos y biznietos a pagar los platos rotos del presente, comenzó después del mutis de El Doctor.
El Pacheco ambiguo
El popular presidente de la Cámara de Diputados, que se ha distinguido por una independencia de criterios que lo llevó incluso a enfrentar los designios del PPH para encaramarse, contra el fuego de pistolas, en la cúspide del hemiciclo, formuló, tras los últimos comicios, un par de reafirmaciones de que no estaría dispuesto a comerle cuentos al PRD que sobrevive con el notable peso específico de ese pepeachismo. Alfredo Pacheco fue el más importante candidato de la Alianza Rosada que tras perder la carrera por la sindicatura del Distrito dijo que el revés suyo había sido la plena consecuencia de la desastrosa administración de Hipólito Mejía. Semanas después sentenció que ese PRD post Hipólito está en el camino de la desaparición. Pero hay quienes afirman que ya Pachequito comenzó a recular no solo porque se adhirió al proyecto presidencial de Miguel Vargas Maldonado, nacido del vientre mismo del PPH, con lo que pasó a coincidir con el pasado Presidente de la República, sino porque acaba de condicionar sus aspiraciones al cargo de secretario general de la Liga a que ese PRD cuya extinción vaticinó – lo apoye junto al PRSC. Sorprende que pueda ser tan crucial el papel de una organización a la que acaba de atribuir vocación cadavérica.