Cinco años después de haber salido del poder, de ser vapuleado y reducido a su mínima expresión en las elecciones del 2024, la sociedad sigue a la espera de que el PLD pida perdón por haber traicionado su confianza convirtiendo en un botín los bienes públicos que administró. No estoy hablando de un acto de contricción porque sería pedirle demasiado a su dirigencia, que en lugar de someterse a un proceso de autocrítica cuyo resultado lógico hubiera sido dar un paso al costado para permitir que otra dirección política reencauce el rumbo de la organización, prefirió montar una farsa en la que el expresidente Danilo Medina maniobró, con la aquiescencia pasiva del resto de sus compañeros, para seguir siendo ley, batuta y Constitución.

Eso no era lo que le convenía al PLD en el peor momento de su exitosa trayectoria en la política dominicana, pero sí lo que le conviene al exmandatario, que logró imponerle su agenda personal y la de su familia en problemas con la justicia al resto del partido. Ya nadie espera que los peledeístas pidan perdón o que muestren señales de arrepentimiento, tal vez porque ya es agua pasada la profunda decepción que provocaron con su comportamiento desde el poder; y por el derricadero que han elegido, es fácil adivinar en qué sumidero terminarán. Lo digo porque al poner como Secretario General y vocero a un político joven se asumía que, al menos en el discurso que sirve para cubrir apariencias, habría sino cambios significativos al menos apreciables.

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Pero al escuchar a Jhonny Pujols decir, con su carita de yo no fuí, que en el 2020 el PLD salió del poder porque fue víctima de un “golpe blando” y una feroz campaña de odio, se da uno cuenta de que eso pudo salir de los labios de cualquiera de los miembros de su vieja guardia, de los dinosaurios sin fecha de caducidad de su Comité Político, a los que estas alturas se les perdonaría el cinismo ya que solo se pueden hacer daño a sí mismos y a la forma en que los recordará la veleidosa posteridad.