El Partido Reformista Social Cristiano (PRSC), el legado del doctor Joaquín Balaguer que sus herederos han reducido a unas siglas sin contenido y un gallo enclenque y afónico que solo canta sus penas, tiene desde el pasado domingo dos presidentes y un candidato presidencial para las elecciones del 2020, luego de que las facciones que se disputan su control celebraron dos asambleas de delegados paralelas que analistas y observadores coinciden en describir como el principio del fin de un partido que, de la mano de su líder, gobernó este país durante 23 años, pero que las rebatiñas y las “desmedidas ambiciones” de sus actuales dirigentes conducen inexorablemente hacia la desaparición definitiva. Curiosamente, eso no fue lo que mostraron las fotografías publicadas por los periódicos al día siguiente, en las que se vio a unos y otros muy sonrientes, contentos y felices, alzando sus brazos en señal de victoria. ¿Pero quién le ganó a quién? ¿Qué es lo que están celebrando con tanto júbilo? ¿Que han dividido un partido pequeño en dos partiditos pequeñitos? ¿Que ahora están mas lejos que nunca de ser una opción de poder? ¿Que así no sirven ni para bisagra?En lo que también coinciden analistas y observadores es en señalar que el camino recorrido por el PRSC pueden seguirlo otros partidos políticos igualmente incapaces de arbitrar las discrepancias de sus cúpulas, lo que eventualmente, y mas temprano que tarde, terminará haciendo colapsar todo el sistema y a Dios que reparta suerte. Porque de ahí en adelante, como saben por amarga experiencia los venezolanos, puede pasar cualquier cosa. Que conste aquí que un servidor comparte el sombrío pronóstico, pues el accionar de nuestros partidos, tanto de los grandes como de los chiquitos, no conduce a otra cosa. Pero fue cuando vi a los reformistas de una y otra facción celebrar, muertos de risa, su propio entierro, que me convencí de que ese colapso no solo es inevitable sino también merecido.