Es una lástima que la Policía, aplicando una ley no escrita pero que se cumple a raja tabla, le esté dando pa´bajo a los miembros de la banda –un total de 12, según el último conteo– a la que acusa del asesinato de seis agentes de la institución, a los que despojaron de sus armas de reglamento, en apenas una semana. Porque al matarlos en intercambios de disparos, en lugar de apresarlos, interrogarlos y someterlos a la justicia, se pierde información valiosa sobre las actividades delictivas de Los Matapolicías, que tienen su centro de operaciones en Los Alcarrizos, quién es el líder de la banda y porqué y, sobre todo, cuáles son sus métodos de reclutamiento, pues la cantidad de jóvenes que la integran nos está enviando una señal de peligro que no podemos ignorar. Por lo pronto sabemos que son extremadamente violentos, asesinos desalmados (la Policía les atribuye la muerte de diez personas entre policías, militares y civiles) que no sienten ningún respeto por la autoridad, y que se muestran orgullosos de lo que son y de lo que hacen (basta ver la foto que acompaña esta columna, publicada por El Nacional el pasado lunes). Y como, al igual que Los Alcarrizos, en este país abundan los barrios y sectores que reúnen las condiciones necesarias de pobreza y exclusión para constituirse en productivas fábricas de delincuentes y antisociales, nadie puede garantizar, aunque maten a todos los miembros de la banda, que los Mata Policías no tendrán imitadores dispuestos a superar sus hazañas criminales.