Habría que ver si con la nueva cúpula de las Fuerzas Armadas comenzará a buscarse solución a un difícil problema que persiste en los institutos castrenses. República Dominicana presenta un agudo desequilibrio en rangos y categorías de sus plantillas militares y policiales. Muchos generales, coroneles, mayores, capitanes y tenientes. Exigua cantidad de rasos y alistados. En caso de guerra (remota posibilidad por cierto) habría gran cantidad de gente con aptitud y competencia para dar órdenes, pero no mucha para cumplir instrucciones y dar la batalla desde la simple condición de soldado. Sabido es, que los altos mandos de institutos policiales y militares son sometidos aquí a intensas gestiones e influencias extra-cuartelarias de civiles de buenas relaciones con la alta oficialidad y de funcionarios de categoría, que a la víspera de cada fecha patria se convierten en padrinos de centenares de aspirantes a los ascensos que se disponen cíclicamente. El éxito de los cabildeos es causa, en parte, del exceso de oficiales y de la exigüidad de personal para las imprescindibles tareas callejeras.
Clientelismo al galope
Un efecto permanente y negativo del bajo desarrollo político dominicano – y también del bajo desarrollo económico- arrecia en cada cambio de mando. Los síndicos de estreno se enfrentan a marejadas de activistas de sus partidos que acuden a «buscar lo suyo», aspirando a convertirse en empleados municipales por haber «trabajado» por la causa de los triunfadores. Eso suele obligar a los alcaldes a sobrecargar la nómina o a disponer despidos masivos, lo que tiende a acentuar el problema del desempleo en un país que todavía no aprovecha a plenitud su potencial humano en labores verdaderamente productivas. Los síndicos deben enfrentar con un poco de rigor esa «facturación» del activismo partidario. Lo demasiado, hasta Dios lo ve.
Un jefe en buenas
El general Bernardo Santana Páez tiene que sentirse muy satisfecho. En el «ranking» de los sondeos de opinión Gallup-HOY quedó situado en un nivel de estimación pública favorable, pues seis de cada diez ciudadanos consideran que su gestión es positiva. El solo hecho de no haberse «quemado» rotundamente a los ojos del pueblo, en un momento en que la gente sigue desconfiando de la Policía, hubiera sido una hazaña. Y si con todo y eso figura entre los mejor valorados en funciones públicas, entonces su situación es admirable, admitiéndose que se trata de un logro que sólo puede deberse a que el hombre, real y efectivamente, «tiene algo en la bola», como se dice en el argot beisbolero.