Qué se dice
¿Policías o ladrones?

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 Gran servicio rendiría al país el doctor Franklyn Almeyda, secretario de Interior y Policía, si decide enfrentar, con la vehemencia que le caracteriza, el grave problema que representa para la paz ciudadana la cantidad y frecuencia conque agentes de la Policía Nacional, incluídos oficiales, aparecen protagonizando todo tipo de delitos y crímenes, sin duda el componente más inquietante de la crisis de seguridad pública que mantiene virtualmente aterrorizada a la sociedad dominicana. Mientras no sea posible distinguir entre policías haciendo la labor de los delincuentes de los delincuentes que, a su vez, se visten como policías para delinquir a sus anchas, nadie está seguro bajo este tórrido cielo tropical. Sea con ayuda del bisturí, una aspiradora o una limpieza a mano pero a fondo, se impone una profundización de la profilaxis iniciada en las filas policiales por esta jefatura, que ya expulsó a 36 de sus manzanas más podridas por trabajar horas extras pero en el bando contrario.

Una tarea compartida

  Pero esa profilaxis, por más profunda que sea o por más lejos que se atrevan a llevarla, no será suficiente para separar con claridad y sin confusiones los policías buenos de los malos, pues hace falta también evitar que los delincuentes verdaderos se puedan disfrazar de policías falsos con tanta facilidad, pero antes hay que garantizar que ningún civil pueda tener acceso a equipos, uniformes, insignias, armas y pertrechos policiales o militares, una tarea imposible sino se involucra a las Fuerzas Armadas y sus organismos de seguridad, algo en lo que parece estar claro el Almirante Sigfrido Pared Pérez, quien ha prometido «medidas drásticas» para evitar que eso siga ocurriendo. Que así sea.

Ojo con los «clientes»

  Mientras nadie puede dar seguridades de que el policía o el militar que lo manda a detener en cualquiera de nuestras calles o carreteras no es, en realidad, un asaltante al acecho, los delincuentes actualizan sus catálogos de fechorías introduciendo nuevas modalidades de delitos, muchos de ellos de gran eficacia, como lo es irse un grupo de maleantes -cuatro o cinco- a un restaurant, centro cervecero o colmadón, fingir ser clientes y comportarse como tales (algunos, incluso, han echado hasta una partida de dominó para ir matando el tiempo) hasta que, llegado el momento, sacan sus armas, gritan el clásico «esto es un asalto» y cargan con todo lo de valor del negocio y también de los clientes. Así ocurrió el viernes pasado en un colmado del ensanche La Fe, el segundo asalto con el mismo modus operandi en menos de una semana, donde seis individuos que se hacían pasar como clientes se llevaron a punta de pistola cerca de 70 mil pesos. Así que ya lo saben, señores comerciantes: en estos inseguros tiempos que vivimos, el cliente no siempre tiene la razón.

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