Cuando miramos a nuestro alrededor, hacia nuestros insulares vecinos, nos damos cuenta cuán grande fue la misericordia de la Madre Naturaleza, pues la furia homicida del huracán María, que ha dejado ocho muertos (siete en Dominica y uno en Puerto Rico) y una estela de destrucción a su paso por el Caribe, provocó daños relativamente benignos (al momento de escribir esta columna las autoridades del COE habían contabilizado 14 mil 28 personas desplazadas, 1,286 viviendas con daños y 15 comunidades aisladas) a la República Dominicana, si tomamos en cuenta su potencial destructivo. Quienes se encomendaron a la protección de la Virgen de La Altagracia no solo están complacidos y regocijados sino que también han fortalecido su fe, al igual que los miles de dominicanos que aquí, y más allá de nuestras fronteras se unieron a las cadenas de oraciones, pidiéndole al Señor Todopoderoso que se lleve bien lejos los vientos de María. Eso no quiere decir, como advierten las autoridades de socorro, que haya pasado el peligro, pues las intensas lluvias que acompañan al huracán (Meteorología pronostica que estará lloviendo hasta el domingo), todavía pueden causar muchos daños a la agricultura y nuestras precarias infraestructuras viales, pero aún así debemos estar de acuerdo en que pudo haber sido muchísimo peor. Por eso debemos dar gracias a Dios, a la virgencita de la Altagracia y, sobre todo, a la Madre Naturaleza, porque una vez más han protegido a esta “isla bendita” de la furia ciega y homicida de otro huracán.