Qué se dice
Privilegios

Qué se dice <BR><STRONG>Privilegios</STRONG>

Si piensan que las dos exoneraciones abiertas que les «tocan» por cada legislatura, las ONGs que sostienen sus proyectos políticos, el jugoso sueldo y los viáticos que reciben cada mes, o los frecuentes viajes al extranjero son, entre otros beneficios marginales, los que convierten a nuestros legisladores, senadores y diputados, en ciudadanos privilegiados no saben «ni del credo la mitad», pues el verdadero privilegio, la excepcionalidad de su condición, nada tiene que ver con las chucherías, por decirlo así, que recogen por el camino sino con su capacidad de producir leyes, sobre todo cuando esas leyes redundan en su propio beneficio. Ejemplos abundan, por supuesto, desde aumentarse a sí mismos los sueldos hasta disponer la enajenación a precio vil de propiedades públicas en favor de sus partidarios, pero ninguna ilustra mejor su privilegiada condición que el hecho de haber creado su propio sistema de seguridad social, el Instituto de Previsión Social del Congresista Dominicano, con lo que se han puesto a salvo de la frustración que embarga a millones de ciudadanos que siguen a la espera de un seguro familiar de salud que, al paso que vamos, nunca acabará de llegar. Mientras tanto, ¡felicidades a los agraciados!

Pérdidas

 Por más esfuerzos que se hagan por calcular los costos económicos de la huelga que mantiene paralizada la UASD desde hace doce días, será imposible determinar a ciencia cierta a cuánto ascenderán finalmente los pérdidas económicas y materiales sufridas por la academia y sus estudiantes, en las que habrá que incluir también a los comerciantes de su entorno, que aseguran haber perdido millones de pesos desde que inició el conflicto. Y de millones de pesos habrá que seguir hablando dado que, en el horizonte inmediato, no se advierten señales de que se producirá un entendimiento, de que ambas partes -los gremios y el rector Roberto Reyna- flexibilizarán sus posiciones y se avendrán a buscarle una solución a ese costoso paro, pues la voluntad de diálogo se ha perdido. Y es esa, precisamente, la pérdida que más habremos de lamentar en el absurdo conflicto que mantiene paralizada la universidad más vieja de América.

Indefensión

 Muchas y distintas son las formas en que el ciudadano común puede constatar, en la tropical selva en que vivimos, su absoluta indefensión frente a los desmanes de la delincuencia, pero pocos ciudadanos han sentido tanta frustración, impotencia y rabia como aquellos que han sido víctimas del robo de sus vehículos de parqueos de plazas y centros comerciales que visitan en calidad de clientes, sobre todo de esos que colocan letreros bien visibles en los que advierten que no se responsabilizan de robos o daños a los vehículos a pesar de que sus parqueos están vigilados y, en muchos de ellos, solo dejan salir aquellos cuyos propietarios muestran el ticket recibido a la entrada a modo de contraseña. Quienes colocan esos letreros piensan que el lavarse las manos frente a una contingencia por la que tengan que responder económicamente los pone a salvo de toda responsabilidad dado que el cliente, ciertamente, no está obligado a quedarse al conocer los riesgos, pero eso es solo la mitad de la verdad, pues otra cosa muy distinta fuera si esos letreros dijeran también cuántos vehículos se han robado -de ese mismo parqueo- en tan distinguido establecimiento.

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