Es preocupante que en un país que ha padecido por decenios el mal de que los convictos salen con extrema facilidad de las cárceles, exista ahora la novedad del Juez de Ejecución de la Pena, cuyo papel consiste en reexaminar los casos de presos debidamente condenados para establecer, sin premisas claras, si es preferible que se vayan para sus casas en vez de continuar privados de la libertad.
Es preocupante esta modernidad en un país en el que las sentencias definitivas por tráfico de drogas brillan por su ausencia. Ahora, los pocos individuos que están condenados reciben la opción adicional de poder salir de manera legal mucho antes de cumplir las penas. Y es preocupante además que la Policía, que confronta serios problemas para enfrentar a los numerosos delincuentes que escapan a su control, descubra con alarma que muchos otros tipos peligrosos y con penas por cumplir están saliendo sin tropiezos de las cárceles beneficiados por esta nueva regla judicial de la excarcelación rápida.
¿Un chiste cruel?
La sociedad, en sentido general, está respaldando las restricciones al expendio de alcohol y la presencia de patrullas mixtas en las calles, aun cuando los registros nocturnos crean inconvenientes. Se aceptan como sacrificios que valen la pena, pues los delincuentes estén un poco recogidos y ocurren menos comportamientos violentos. Sin embargo esto no tiene que dar motivo a exageraciones como la que encierra la genialidad expresada por el fiscal del Distrito, José Manuel Hernández Peguero. Basándose en el éxito de las medidas, el funcionario judicial favoreció que la veda de bebidas espirituosas y de actividad en los negocios sea más drástica y que ya desde las 11 PM la ciudad se convierta en un remanso. Habría que presumir que con sus palabras el fiscal lo que pretende es poner en tensión al comercio para que deje de exigir que se extienda el horario de sus operaciones hasta las 4 AM. Con su aparente posición extrema, lo que Hernández buscaría es obligar a los dueños de bares, discotecas y colmadones a resignarse a que las cosas sigan como están, sopena de ponérselas más difícil. Su chiste cruel tiene pues, una función ablandadora.
La punta del iceberg
Mucho se teme que el paseíto con tragos y picaderas de que disfrutó un prisionero importante de la cárcel de La Victoria en estos días no sea un hecho aislado; que se trata de un servicio expreso que de viejo han brindado algunos custodias del llamado sistema penal dominicano. Se recuerda que hace menos de dos años unos reclusos de Santiago se combinaban con sus carceleros para acudir regularmente y como si tal cosa a un centro cercano donde podían beber hasta el hartazgo y relacionarse con mujeres. Está muy visto que por la plata baila el mono y que no hay cosa que el dinero no consiga en las cárceles y sus entornos. Se recuerda el cercano escándalo de la cárcel de Najayo, donde funcionaba una muy efectiva mafia que realizaba conexiones telefónicas fraudulentas, algo que no hubiera sido posible sin una sólida complicidad que viniera de más arriba de los singulares operarios.