Qué se dice
Reclamo de acción

Qué se dice <BR><STRONG>Reclamo de acción</STRONG>

Es bastante razonable lo expresado recientemente por el jefe de la Policía Nacional, mayor general Bernardo Santana Páez, en el sentido de que los ciudadanos, y los negocios en sentido general, tienen que comportarse defensivamente frente al delito para reducir las posibilidades de sufrir ataques de la delincuencia. Hay que ponérsela difícil a los malhechores a través de la vigilancia propia, la discreción en el manejo de valores, la colocación de rejas, el uso de caja de caudales y hasta dejando de salir a la calle. Pero el tener que vivir en guardia permanentemente (y en gran desasosiego) es uno de los más indeseables efectos  de la criminalidad y lo que mueve a la gente a reclamar que la Policía y la Justicia sean más eficientes. Ya está visto además de que  muchas veces no basta con los actos de precaución pues los asaltantes y ladrones se pasan de astutos y crueles.

Alentados por los signos de desprotección, con un cuerpo policial de escasa capacidad todavía para la reacción rápida y un código procesal laxo que parece sobredimensionar los derechos de los sospechosos,  los pillos han logrado colocar a la sociedad contra la pared. La señal positiva del momento es que el gobierno  ya dispuso el reclutamiento de más agentes y adquirió más unidades para el  patrullaje. Admitido está que la delincuencia tiene causas profundas en el orden social y económico pero las medidas contra esas raíces del mal sólo funcionan a mediano y largo plazos. Ahora hay que enfatizar en lo represivo. Vigilancia, persecución y castigo, y depurar a la carrera a los cuerpos policiales, militares y de protección privada. De entre ellos surge en ocasiones alarmantes el comportamiento delictivo.

Ni tanto ni tampoco

Por lo visto, en los planes del próximo presidente  de Haití, René Préval, no está muy presente crear condiciones para hacer innecesaria la presencia de tropas extranjeras en su país. En su reciente visita a Brasil el mandatario electo puso énfasis en dos propósitos: que se mantenga la presencia “estabilizadora” de las fuerzas amparadas en la ONU y que el Estado haitiano suprima definitivamente al ejército. Sin embargo, la anarquía  ha persistido en gran medida en el vecino país porque los pacificadores foráneos nunca se han involucrado en verdaderas operaciones contra los grupos violentos de la política y la delincuencia. La llamada Minustah pretende imponer respeto sólo a base de presencia y despliegue, y como los recursos militares y policiales del propio Estado haitiano son escasos, nefastas células paramilitares y bandas de malhechores armados hasta los dientes pululan al oeste de nuestra frontera. La libertad de que gozan los rufianes allí da muchas demostraciones. El Presidente Leonel Fernández  sufrió, en su pasada visita a Puerto Príncipe, las consecuencias de lo que significa un Estado desarmado y una ONU tímida y encogida. De otro lado, los gobiernos haitianos de los últimos decenios nunca se responsabilizaron del orden público en la zona limítrofe pues no han tenido con qué, y por ello el traslado  de cadáveres de una reciente tragedia con haitianos que se asfixiaron de este lado fue fallida y arrojó más muertes y conflictos en Juana Méndez.

Flexibilidad

El conflicto entre autoridades de Industria y Comercio y detallistas de gasolina no se iba a resolver con posiciones radicales de unos y otros. La asociación de los gasolineros (Anadegas) no debió cerrarse  a “todo o nada” de lo que reclama, ni en nombre del gobierno y del principio de autoridad se debió andar lanzando o preparando respuestas de fuerza, como sería la intervención drástica de los expendios privados y la cancelación de permisos para operar. Bajo un estado de derecho, cada  sector puede hacer protestas y formular reclamaciones. Las reglas del juego no pueden descansar sólo en lo que el  sector oficial y las grandes distribuidoras de combustibles crean pertinente porque entonces se estaría reproduciendo siempre el caso del huevo y la piedra. Hay que dialogar. Los detallistas de gasolina han estado siempre en desventaja frente a las megas entidades que traen combustibles o refinan el petróleo aquí. Ha sido la historia de “son lentejas”. Para operar como vendedores al por menor han vivido acogidos a lo que digan los pejes grandes. Ese pleito no debe tener como epílogo que el grande se coma al chiquito. Que predomine la razón. Es extraño que los gobiernos, que tantas veces se han dejado condicionar por la superioridad de multinacionales del petróleo y hasta han protestado por ello, opten a su vez por tomar partido contra  otros que frente a los grandes intereses  también resultan  del tamaño de las “sardinas”, como las propias autoridades.

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