Quien ha tenido la oportunidad de leer o escuchar las declaraciones de los testigos de las muertes de dos comerciantes de piña en Capotillo, durante una balacera en la que también resultaron heridas otras tres personas a manos de agentes de la DNCD que realizaban un operativo en la zona, tiene necesariamente que concluir que no le será muy difícil a los investigadores de la Fiscalía del Distrito Nacional, a donde fueron enviados los agentes involucrados, llegar a la conclusión de que estos violaron todos los protocolos. También tendrían que concluir, esos investigadores, que lo primero que hay que poner en cuestionamiento es la versión oficial de la balacera, pues según esos testimonios a los únicos que vieron y escucharon disparar sus armas “a lo loco” fue a los miembros del organismo antinarcóticos. Por eso es mucho lo que tienen que explicar sobre su comportamiento, pues según esas versiones no solo dispararon a mansalva contra los comerciantes a pesar de que estaban desarmados, no representaban ningún peligro y resultaba evidente que no tenían nada que ver con el operativo en el que andaban, sino que también impidieron que llevaran los heridos al hospital amenazando con dispararle a los que lo intentaron. ¿Qué clase de autoridad se comporta de manera tan inhumana y salvaje? La misma a la que los residentes en Capotillo acusan de estar en connivencia con los narcotraficantes, a los que cobran peaje, de ponerle drogas a los muchachos “serios y de trabajo” para extorsionar a sus familias, y de entrar a los comercios y viviendas y llevarse lo que les de la gana “atento a ellos”. Si es verdad, como se publicó ayer, que el Procurador General de la República instruyó a la nueva fiscal, Rosalba Ramos, que encabece las investigaciones del caso, tendremos ahí una oportunidad, que ni pintada, para saber si extrañaremos la firmeza y la valentía sin claudicaciones de Yeni Berenice.