Si algo parece haber quedado claro con lo que acaba de ocurrirle en la frontera al grupo de turistas motorizados encabezados por el doctor Pedro Ureña, retenidos durante varias horas por una turba de haitianos armados de palos, machetes y cuchillos, es que los soldados destinados a custodiarla no están haciendo su trabajo, a pesar de todos los recursos económicos y tecnológicos que los jefes militares dicen que se han invertido para “reforzarla”. Las vejaciones sufridas por el grupo, según el relato del reconocido cardiólogo, no fueron nada comparadas con la impotencia y la indignación que dijo haber sentido cuando se dio cuenta de que lo que estaba ocurriendo era observado por dos miembros del Ejército Dominicano, muy bien armados, que no movieron un dedo para impedir la agresión. ¿Cuántos ciudadanos estarán hoy deseando que nuestros soldados sean más agresivos y “pongan en su puesto” a los haitianos y sus desmanes? Muchísimos, pues los ánimos están muy caldeados, de lo que siempre se aprovechan los políticos que pescan en río revuelto, como el precandidato peledeísta que, al enterarse del episodio, prometió que si llega a la Presidencia trabajará desde el primer día en una clara delimitación del territorio dominicano para garantizar la protección de la soberanía del país. Como si fuera tan fácil… Demagogias aparte lo cierto es, sin embargo, que la intervención de esos soldados solo hubiera empeorado las cosas, y no quieren ustedes imaginarse el lío en el que nos meteríamos si al hacerlo hieren o matan a uno o varios de los asaltantes. No es simpático decirlo ni agradable escucharlo, como tampoco lo es reconocer que el abandono con el que, durante décadas, hemos castigado a la frontera, nos está pasando factura. Pero no será con demagogia barata, ni respondiendo a tiros las provocaciones de nuestros vecinos, que la frontera se convertirá en territorio seguro para haitianos y dominicanos.