Cuando ocurra lo que nadie, salvo los insensatos, quiere que suceda, los organismos internacionales que nos tienen en la mira, así como los países amigos (pero de lejito) de Haití, nos pondrán en las cuatro esquinas del mundo, y todo porque nuestras autoridades se han mostrado incapaces de reaccionar a tiempo y con la debida firmeza para contener la incontrolada inmigración haitiana y las tensiones sociales que la acompañan, que de este lado de la frontera –es el momento de decirlo– están a punto de provocar un baño de sangre. Lo que pasó el pasado lunes en Pedernales, donde el Gobierno se vio forzado a enviar un contingente de tropas del Ejército para apaciguar los ánimos soliviantados de sus residentes tras el asesinato de una pareja de esposos a manos de dos haitianos que huyeron hacia su país, es tan solo otra señal de alerta, otro recordatorio de que tiene que asumir con seriedad y sentido de urgencia el problema. El Gobierno no podía darse el lujo de permitir, como estuvo a punto de ocurrir en Pedernales, que una turba sedienta de sangre y venganza suplante su autoridad, ni que tome la justicia por su propia mano. ¿Pero qué pasará cuando esas tropas regresen a sus cuarteles? ¿Están seguros los haitianos que regresen a Pedernales? ¿Entregarán las autoridades haitianas a los fugitivos para que sean juzgados en República Dominicana? Son preguntas que, al menos por ahora, se quedarán en el aire, pero en lo que llegan las respuestas debemos poner atención a lo que está ocurriendo con la masiva presencia haitiana en territorio dominicano, sobre todo la que desafía abiertamente nuestras leyes, como los responsables del asesinato de la pareja de esposos de Pedernales que estuvo al tris de degenerar en una matanza, o los que ayer en Guayubín hirieron de un balazo a un raso del Ejército para despojarlo de la motocicleta en la que realizaba labores de patrullaje, según el “parte del día” de la Policía de Montecristi.