Qué se dice
Un sistema despiadado

Qué se dice <BR><STRONG>Un sistema despiadado</STRONG>

Para que el país se dirija  hacia la «mentada»  modernidad sin dejar huecos horribles, es necesario que el Gobierno se acoja al hecho de que se necesitan más cárceles adecuadas, además de mejorar las que hay, puesto que eso que llama Sistema Carcelario, que es en lo esencial un espacio para muchas  violaciones  a los derechos humanos. En aplicación de la ley, y en procura de imponer justicia, los estados tienen la obligación de privar de libertad a seres humanos debidamente condenados. Pero en modo alguno es válido que se practique la inhumanidad de encerrar gente –aunque esté convicta- en celdas antihigiénicas, sin camas, sin garantías para la salud y la vida, en hacinamiento y bajo riesgo de violación contra natura. Vivimos en una sociedad tan condicionada para  aceptar el irrespeto a la dignidad humana, que sufrió  por la experiencia de un Trujillo que imprimía por definición a las cárceles un carácter despiadado, que la situación de desastre de los penales sólo es noticia ocasionalmente, como cuando  hace algún tiempo  más de cien reclusos murieron incinerados en Higüey, lo que motivó la promesa rimbombante de que se construiría  un nuevo penal. Pero se superó el escándalo de tal  desastre –por el que el Gobierno no podría rehuir responsabilidad- y los presos de Higüey siguen en el mismo infierno.

Contracultura

  Algunos críticos dirán , pon bastante motivos, que con la Corporación de Acueductos y Alcantarillados de Santo Domingo (CAASD)  vuelve a darse en estos días  la viciosa práctica de favorecer a los pícaros y a los insolventes que acumulan deudas  por servicios recibidos, y luego, generosamente, viene algún organismo y los premia con descuentos para alfombrarles  el camino y que se pongan al día. En cambio, la gente respetuosa  y cívica, que hasta incurre en sacrificios  económicos para cumplir sus obligaciones puntualmente, queda al margen de la  gracia concedida. Pero  hay que decir, para explicarse bien la actitud  de los morosos, que la CAASD es reincidente en fallarles a los usuarios, y que en algunas zonas de la ciudad –como la parte oriental específicamente- las deficiencias del agua superan a las de la luz, y por cada día de apagones, vienen nueve  sin el «preciado líquido». De un tiempo a esta parte, y sobre todo a partir de 2004, la venta privada de agua en camiones tanque es uno de los negocios más prósperos. Para ese comercio rodante, las deficiencias de la CAASD constituyen  una bendición.

Fisco sin equidad

  Una de las verdades que brillaron  en el panel efectuado el lunes por la sección Económica de HOY dentro de las celebraciones del 25 aniversario de este diario, fue la de que la sociedad dominicana vive bajo el yugo de un sistema tributario que se nutre desproporcionadamente de los pobres a base de cargas indirectas al consumo. El impuesto directo al ingreso individual de los adinerados  y a las compañías dan frutos insignificantes en términos relativos. Ese Estado, a cuyas ubres se pegan sedientos muchos  individuos a través de la política o de las relaciones con los políticos, debe  mayormente su opípara condición de mango bajito a los aportes de hombres y mujeres trabajadores que pagan religiosamente sus tributos a través de ineludibles agentes de retención que originan  sus bajos salarios, como tampoco pueden evadir el castigo del Itebis. Gracias a que hay  tantos débiles oprimidos por el Fisco, los ayuntamientos pueden  sin dificultades mantener jugosos pagos para regidores que deberían servirles honoríficamente a sus comunidad. Por otra situación igual de injusta, los dominicanos ausentes tienen que pagar carísimos los servicios consulares, lo que permite al oficialismo mantener a una horda de vicecónsules en Nueva York, lo que es expresión de un condenable amiguismo. En fin: la iniquidad fiscal  tiene el odioso inconveniente adicional de la mala calidad del gasto público.

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