Campos de batalla. El miércoles de la pasada semana una trifulca entre choferes que se disputan el control de la ruta San Juan–Santo Domingo dejó un saldo de diez personas heridas de bala, además de interrumpir el transporte de pasajeros hacia la región sur, y el sábado en la tarde le tocó el turno a los choferes de autobuses de Puerto Plata y Mao, que se enfrentaron por la operación de la ruta Navarrete-Puerto Plata con un saldo de diez heridos a cuchilladas, batazos, pedradas y trompadas. Esas batallas campales, en las que a menudo se destruye propiedad pública o de personas que nada tienen que ver con esas violentas confrontaciones, son ya parte de nuestro caótico paisaje urbano, y reflejan no solo la acentuada degradación de las normas de convivencia civilizada que se supone nos rigen sino también, y sobre todo, del principio de autoridad. Lo más triste y desalentador es que, por lo que se advierte, las autoridades no están en capacidad de responder de manera adecuada a esas recurrentes alteraciones del orden público, empezando por lo más elemental como lo es sancionar a los responsables, o simplemente no parecen estar interesadas en ponerles coto. Lo usual en estos casos es que ante tanta desidia y permisividad de parte de la autoridad competente se acuse al gobierno de turno de falta de voluntad política para impedir que las calles sean convertidas en peligrosos campos de batalla por choferes y transportistas, pero lo que en realidad le falta es otra cosa.
En guerra. ¿Qué pensará un turista que piense visitar a la República Dominicana si, por un azar de este globalizado mundo en el que vivimos, tiene la oportunidad de ver imágenes de todos esos guardias armados hasta los dientes patrullando nuestras principales ciudades como si estuviéramos en guerra? Nuestros competidores del área tienen que estar frotándose las manos…