Qué  se dice
Cada quien, su estilo

<STRONG>Qué  se dice<BR></STRONG>Cada quien, su estilo

Con un Leonel Fernández libresco, caballeroso, concentrado en abriles camino a las teconologías de punta en electrónica  y en  la conversión de una parte de la ciudad en un Nueva York “Chiquito”, la República Dominicana estuvo pasando, desde el  año 2004, por estilos de gobierno bastante diferentes. En cambio Hipólito Mejía resultó, como gobernante, un bromista por excelencia  de pesadez y mal gusto, pues  muchas damas recibieron insultos y desconsideraciones de su parte, y hasta pasaron por la obligación de escucharle sus crudos chistes colorados lanzados sin eufemismos, unexgerado exhibicionismo verbal.

En cambio, el estilo “desconectado” de prioridades del doctor Leonel Fernández le  está costando caro a la nación, que ha visto agrandarse sus lacras de déficits educacionales y de salud, con un Sistema de Seguridad Social que no ha funcionado por falta de pantalones y correas bien puestos, al tiempo que se produce un chorro de motivos para que en el exterior digan que somos los últimos en gasto social, en controles de tráfico de personas y de maltrato a la niñez; que somos los verdugos de Haití, una exageración que se resolvería con tacto y trabajo sobre el problema de la inmigración. Se dice también que carecemos de equidad tributaria pero que abundamos en denuncias para que nos consideren un país corrupto y dispendioso, con las misiones consulares más numerosas del mundo (ejército de gente sin oficio de alto costo en dólares para un país pobre). Pero Mejía y Fernández han tenido dos grandes cosas en común: viajar mucho al exterior e ignorar los uno y mil motivos que la realidad les haya presentado   en su momento para  tratar de obligarlos a disponer cambios de gabinete. Hay algo que los empresarios agradecen mucho a Leonel: no incurre en el extraño hobby de Hipólito Presidente: presentarse día a día de súbito al despacho de cualquiera de ellos y ocuparles largas horas de su tiempo, sin tener cosas importantes que tratarles, mientras dejaba vacío de acción a su gran Palacio de gobierno.


Entes que guardan parecido

Las organizaciones choferiles -las de inagotables conflictos con el gobierno- se han defendido de las acusaciones que la sociedad les formula en el sentido de que sus miembros (choferes de “voladoras” y de tiestos de carros de concho) son olímpicos violadores de las reglas de tránsito haciendo rebases  temerarios e ignorando los mandatos de los semáforos). Los sindicalistas alegan que a esos manganzones lo que les falta es escuela para que aprendan a conducir, y piden que sea el gobierno el que las instale. Pero la verdad monda y lironda es que todos esos irresponsables cometen sus excesos a conciencia de que incurren en lo indebido. Sus atropellos no son fruto de la ignorancia sino del hábito irrefrenable de actuar como les da la gana.  Porque aquí los gobiernos han permitido que las leyes y las normas de convivencia y de seguridad  y protección a los ciudadanos que discurren por la ciudad  sean letras muertas- Amet también tiene su escuelita para decirles a los choferes: pórtense como niños buenos respeten la luz roja, esa que es color manzana. Acójanse a los límites de velocidad y no se estacionen en lugares prohibidos. Pero cuando esos individuos vuelven a la calle actúan de nuevo como fieras porque la ciudad está poco vigilada para los fines de  ley y orden en el tránsito y Amet solo dispone de unos cuantos motorcitos para caerles atrás a los bellacos infractores y ni siquiera eso hace.

Males penitenciarios

El problema de la sobrepoblación carcelaria es universal. Es raro el país que esté al día en número de  penitenciarias suficientes  y adecuadas para  mantener fuera de circulación a delincuentes preventivos y condenados. Desde luego que existen grados en esas fallas; y no es lo mismo estar preso en  Minnesota que en Azua. Algo que aquí no ocurre todavía es que se creen condiciones para que los reclusos  puedan realizar trabajos remunerados en los penales, lo que es bastante común en Estados Unidos  con resultados satisfactorios. El desprecio a la población penitenciaria dominicana está entre los más graves que ocurren  en América Latina. Uno de los desastres mayores en ese ámbito, con la pérdida de más  de cien vidas humanas fue un voraz incendio,  que ocurrió hace un par de años en Higüey, y todavía las autoridades están dando vueltas y  dando señales de que al fin van a construir la cárcel que verdaderamente necesita uno de los municipios de mayor crecimiento demográfico y económico del país. Pero eso ya lo ha hecho antes. Desde el momento mismo de aquella gran tragedia, que estuvo motivada por la intensidad del hacinamiento y lo inapropiado del mecanismo de privación de libertad y vigilancia, estas autoridades  han dicho  que la obra comenzaría en breve…..y nada.

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