Parecería que el triple homicidio del pasado miércoles en una discoteca de clase social alta partió de una riña que se derivó de la simple coincidencia de que dos grupos de personas hipersensibles y animosas para pelear ocuparon mesas contiguas.
Sin embargo, ha sido insistente la versión de que fue solo uno de los grupos envueltos en encontronazo inicial el que actuó de manera hostil, provocadora e irrespetuosa, por lo menos contra la única dama que acompañaba a los tres que murieron. Fidel Ernesto Estévez, Ignacio Antonio Mañón y Yasser Alberto Nader fueron golpeados duramente y llevaron la peor parte, en el interior del negocio y luego, los individuos que se ensañaban contra ellos, incluyendo un agente de la Policía, usaron tan eficazmente sus armas de fuego, ya en la calle, que todas las bajas fueron del bando que recibió provocaciones. Se presume que el apertrechamiento y poder de fuego de quienes salieron ilesos era superior, y la presencia de un policía cuyo único papel allí tenía que ser el de guardaespaldas, deja dicho que se trataba de individuos con protección especial a costa de los contribuyentes. Lo peor es que tras el sangriento hecho que ha alarmando y causado dolor a la sociedad, pues mostró un gran potencial de violencia en gente de clase alta, y lógicamente con influencia, no se ha notado la firmeza de voluntad ni la presencia de pantalones en las autoridades para establecer responsabilidades con nitidez.
Potencia mal utilizada
Si en este país cualquier avionetica vieja puede aparecerse para lanzar drogas y regresar indemne a su lugar de procedencia, y si se ha desatado una embestida de taladores que ya azotaron por Constanza, Imbert y Montecristi, entre otros puntos, sin que las autoridades pudieran llegar a tiempo a los focos de deforestación en vista de la falta de recursos para movilizarse y de salarios justos para motivarse, entonces la ley y el ambiente están débilmente protegidos. Hay que preguntarse si para que haya gobierno basta con que haya un chulísimo Palacio en Gascue, recepciones diarias y un buen grupo de funcionarios apoltronados y con buenos sueldos en la Capital. De nada ha servido que los santodomingueses pataléen y protesten ante el hecho de que por la sola voluntad de un síndico la ciudad se está llenando de palmas y vaciándose de sombras. Los desenterramiento de estas especies, que se cuentan por miles y miles de plantas, tienen que estar creando un desierto en alguna zona de la geografía nacional, pero las autoridades de medio ambiente ni siquiera expresan curiosidad por este hecho, como si se tratara de incumbentes que quedaron temperamentalmente fríos y europeizados por haber disfrutado largo tiempo de los aires parisinos.
Dinero o que entre el mar
A las autoridades no les preocupa ni la salud de la gente por consumo de alcohol ni la estabilidad y crecimiento financiero de los fabricantes e importadores de bebidas. Todos lo gritos de alarma de los cerveceros y licoristas sobre el declive de sus ventas e ingresos caían en oídos sordos. Las autoridades legislativas y ejecutivas estaban muy ocupadas hasta hace poco en crear barrilitos repletos de dinero para apertrechar a los entes congresionales para su provecho político, y en cambiar a los miembros de la Cámara de Cuentas por gente muy resuelta a costarle más cara a la res pública. También estaba muy ocupadas en chupar los presupuestos de cuatro secretarías vitales para echar adelante los sueños de bajo tierra que tantos destrozos causan en la superficie de la Capital solo para que unos cuantos miles de dominicanos puedan algún día vajar desde Villa Mella a la Feria como si estuvieran en Nueva York. Pero de buenas a primeras el gobierno descubre que si la gente sigue bebiendo con moderación porque los impuestos y los precios son altos, las recaudaciones caerán en seis mil millones de pesos al año . El Estado se empobrecería un poco, algo que sería inaceptable para los que están arriba , porque la primera gran modernidad de estos tiempos no viene en el Metro, ni en las computadoras . Viene en las categorías salariales del Primer Mundo que reciben entes oficiales, aunque es un pueblo hambriento el que cada cuatro año decide a quiénes les tocan las mieles del poder.