Qué se dice
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Es claro que el flamante jefe de la Policía Nacional, el mayor general Rafael Guillermo Guzmán Fermín, ha incluído entre las prioridades de su gestión quitarse de encima el san benito de represivo que le han colgado del cuello grupos populares que cuestionan con particular dureza su paso por la comandancia de San Francisco de Macorís, donde dejó -según denuncian- a una gran cantidad de dirigentes populares y supuestos  delincuentes y traficantes de drogas con permanentes lesiones en las piernas producto de disparos de bala hechos a mansalva, y con absoluta deliberación, por sus subalternos, lo que explica el dramático gesto de sacar una biblia en el acto de lanzamiento de la segunda etapa del programa Policía Comunitaria, como una forma de expresar  su voluntad de trabajar sin desmayo, con el auxilio y la fuerza que da la fe y la creencia en los valores cristianos, contra la delincuencia. 

La buena noticia, sin embargo, no es tanto la profesión de fe cristiana del nuevo jefe  policial, su declaración de que trabajará junto a todos los sectores de la sociedad para hacerle  frente, como el hecho de que el gobierno dará continuidad a su política de fortalecimiento de los vínculos de   la institución del orden con la comunidad a la que sirve, sin cuyo auxilio y colaboración esa tarea es poco menos que imposible. La mano dura que se le atribuye al general Guzmán Fermín podría ser, ciertamente,  de gran ayuda para seguir   adelante con los planes oficiales de mejorar el clima de seguridad ciudadana, siempre y cuando sepa guardar las buenas maneras democráticas.

Pobre clase media
La pobre y sufrida clase media no solo ha visto cómo se degrada su calidad de vida a través del continuo encarecimiento de los bienes y servicios que recibe o los impuestos que paga, o mejor dicho que le sacan literalmente de los bolsillos los eficientes recaudadores del gobierno, fenómeno que  se ha hecho extensivo a sus hogares, pues los tranquilos y casi paradisíacos sectores donde decidieron, a costa de enormes sacrificios, construir sus viviendas para toda la vida, están hoy muy lejos de ser lo que alguna vez fueron. Un buen ejemplo es el calvario por el que están pasando los vecinos de la calle Emiliano Tardif esquina Luis F. Thomén, en el ensanche Evaristo Morales,  por culpa de un colmadón y otros dos negocios que funcionan en un edificio originalmente construido para viviendas, donde son frecuentes los escándalos a altas horas de la noche y los excesos de sus clientes y parroquianos. Se han quejado con el Ayuntamiento del Distrito Nacional y en la Procuraduría de Medio Ambiente,  pero nadie les ha hecho caso, ni siquiera después de que llevaran su situación, en calidad de denuncia, a los periódicos.  ¿Quién podrá defenderlos?

La propuesta del padre Cela
Resulta difícil no estar de acuerdo con el padre Jorge Cela cuando afirma que no tiene mucho sentido hablar de la excelencia de la educación dominicana, de instalar computadoras en las aulas, cuando en tantas escuelas no hay ni con qué comprar el material de limpieza  o en una sola aula se hacinan hasta 70 estudiantes, para no hablar de los que reciben docencia bajo la generosa sombra de un árbol o de los que simplemente se quedarán fuera del sistema porque no hay suficientes aulas para acogerlos. Según el director de Fe y Alegría el gobierno no acaba, a pesar de lo que proclama en sus discursos, de tomarse en serio un problema que, por sus implicaciones, debería constituir la principal preocupación de la sociedad dominicana en su conjunto, y  cuya solución solo es posible si todos -gobierno, partidos políticos, empresarios, instituciones gubernamentales e iglesias, entre otros- lo asumen como su principal meta. Para hacer realidad  tanta belleza el antropólogo jesuita hace una sugerencia muy poco original, justo es decirlo,  pero también muy difícil de hacer posible en la babel de intereses contrapuestos en que se ha convertido la sociedad dominicana del siglo XXI: un pacto nacional. ¿Hacemos la prueba?

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