Qué se dice
Digno rescate

<STRONG>Qué se dice<BR></STRONG>Digno rescate

La megalomanía de Rafael Leonidas Trujillo  fue la fuerza indomable que hizo posible   que se construyera ese elevado e imponente monumento que hoy identifica a Santiago y que en sus inicios era un reconocimiento a “la paz de Trujillo”; una paz que como todos sabemos era la de los cementerios, que es la única que propician los tiranos tremendamente sanguinarios como él. Pero vinieron los cambios y la liberación del pueblo, y la gran mole cobró el mejor de los significados que el destino le había reservado.

Hoy constituye el más impresionante homenaje a los héroes de la Restauración. El monumento de Santiago ha pasado por etapas de descuido en términos materiales, aunque  en verdad nunca ha dejado de ser importante y de identificar a la hidalga ciudad de los 30 caballeros. Hay que agradecer que el gobierno haya puesto en muy alto valor la histórica edificación. Fue remodelado con criterios que lo harán más útil a la sociedad y de mayor trascendencia como expresión de respeto y alabanza  a grandes hechos del pasado. Su hermosura debe ser imperecedera bajo el cuidado no  solo de  las autoridades sino de  la ciudadanía toda.

¡Peligro en las alturas!

En los últimos años los peores accidentes aéreos han ocurrido con mayor frecuencia en países sin pleno  desarrollo o francamente subdesarrollados. Los sistemas de aeronavegación del llamado Tercer Mundo son vulnerables. Las estadísticas  lo demuestran tanto en África como en Asia y más recientemente en Brasil. El tráfico aéreo caótico de Brasil ha costado muchas vidas y puesto en serios problemas  al gobierno del presidente Lula Da Silva. Incluso cuando el Presidente Leonel Fernández estuvo allá hace poco, tanto él como su comitiva vivieron momentos de tensión al volar sobre el territorio de ese país por las precariedades en el control de tráfico de aviones. Estas observaciones vienen al caso porque el presidente de la Asociación Nacional de Pilotos, Pedro Domínguez, denunció un descuido enorme en el mantenimiento del sistema de radares de República Dominicana. Relató incluso un caso de peligrosa aproximación de dos naves cuyos pilotos descubrieron, cuando casi era tarde, lo cerca que estaban sus aviones y en el riesgo en que se vieron de chocar. Que conste este comentario porque las autoridades dominicanas cargarían con una responsabilidad muy grande si por falta de  buenos equipos para organizar el tráfico sobre  el territorio nacional y sus vecindades ocurre alguna  catástrofe. Siempre será criticable que los gobiernos se vanaglorien de un progreso aparente mientras cometen omisiones tan graves como ésta.

Monstruos rodantes

Los vehículos de carga de este país hacen que las carreteras sean cada vez más peligrosas, y detrás de los sucesos mortales siempre aparece alguna grave negligencia, desperfecto mecánico o violación brutal de las normas de tránsito. Rebases imprudentes que se llevan de encuentro  a algún otro vehículo liviano, colisión en la que la mortalidad se sitúa siempre en el lado más débil. El estacionamiento sin luces ni señales en medio de la oscuridad de la noche, ha tronchado también muchas vidas por culpa de camioneros y “patanistas”. Las malas condiciones mecánicas y de rodamiento (neumáticos gastados) de muchos vehículos pesados salta a la vista. Indican que las autoridades tienen algún grado de responsabilidad en los riesgos que imperan en ese renglón del transporte. La reglamentación que obliga a los transportistas a llevar su carga bien segura y cubierta no se cumple  de modo estricto, como procede. Acaba de ocurrir un verdadero desastre en la carretera Montecristi-Santiago. De la “cama” de un camión cayeron dos rollos de alambre que impactaron a un minibús que venía detrás, causando un accidente que dejó un balance de 5 muertos y varios heridos. Por este mismo espacio periodístico hemos dicho siempre que las carreteras dominicanas son tierra de nadie; que los choferes y conductores pueden  cometer múltiples violaciones sin temer sanciones. No hay vigilancia, no hay verificaciones, no hay  quien exija respeto en nombre de la ley.

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